Cuando bajan las sombras, los susurros de la Peatonal comienzan a rumbear para los barrios aledaños a la ciudad. Entonces queda ella a disposición de sus estremecimientos y soledades. Dicen por ahí que es el momento cuando salen paulatinamente al ruedo algunos alientos y abrazos para consolarla.

Son los de los duendes que la contienen y que con ella comparten sueños idos. 

Aunque la esquina con Tucumán ha quedado casi desierta, se posa en su vereda Norte una banderita argentina que todas las noches cuelga el Gauchito que nos lustraba zapatos y acariciaba el corazón con su bonomía.

La sonrisa bondadosa de El Bandeja, aquel de las quietas piernitas cruzadas, dicen que recorre la cerrazón de la noche, buscándole estrellas, vidriera por vidriera y hasta se canta una tonada nostalgiosa, con cogollo y todo y hay un coro de aplausos prudente que la homenajea.

Desde la esquina de General Acha, generalmente los viernes, los pájaros desvelados han visto llegar varias veces a Dipus. Cuentan, entre suaves gorjeos parecidos a revelaciones de amor, que él se sienta en un rincón a llorar y llorar, como lo hacía cuando discurseaba en las mesas amigas del setenta y ochenta, donde lo invitaba la gente cordial. 

Carlitos también tiene sus días. Al parecer, no ha quedado conforme con eso de que esta calle ya no reciba los colectivos donde él reinaba a lo pobre y paseaba a lo rico su humildad por esquinas adormecidas. Pero no se queja, hace algunos saludos a la luna que cae a guirnaldas de entre los plátanos y se va con su gorrita de campanarios hasta el baldío donde le ha tocado comprender de algún modo ingrato la vida. 

El enanito Faustino, aquel que manejaba camiones, baja desde su sitial frente al banco Francés, con su pasito de grillo y desperdiga su gracia y sonrisa por las soledades. El camión lo espera a la vuelta del cielo. Todo vuelve a ser. La noche en la cual la ahora triste Peatonal busca su revancha de antorcha como en un manantial reseco, siempre suele convocar la vida cuando la vida se le ha retirado de ese corredor de pájaros muertos. 

Pasadas las doce, la Peatonal se cierra como una ostra, pero en su interior quedan perlas que le permiten reeditar el encanto de los sueños perdurables. Es entonces cuando se abre a la aventura superior de rescatar amores, y deja que sus duendes la eternicen.