En noviembre de 1970 Tucumán estaba en llamas. El golpe militar que, encabezado por Onganía depusiera 4 años antes al presidente Arturo Humberto Illia, impuso en el país un programa de gobierno que golpeó fuertemente a sectores obreros y de la clase media.  


Tucumán fue una de las más afectadas, con el cierre de 11 ingenios azucareros lo que provocó el éxodo de miles de obreros, muchos de los cuales fueron a engrosar las villas del conurbano bonaerense; la intervención de la Universidad (UNT) y otras disposiciones que golpearon duramente la estructura social y económica de la provincia. 


Para esa fecha, el ciclo de protestas había alcanzado su punto culminante: en el interior los obreros ocupaban los ingenios, mientras que en la capital el reclamo de docentes y estudiantes por la autonomía universitaria, se centraba en el comedor universitario. El 14 de noviembre el estudiantado, con apoyo de la población tucumana, había logrado el control de casi 90 manzanas, por lo cual el gobierno, desbordado, sumó a las fuerzas policiales, las militares. Al mando del operativo se encontraba el por entonces coronel Jorge Rafael Videla. 


En ese contexto estaba yo, por entonces estudiante de Derecho, compartiendo junto a cientos de compañeros y obreros las ollas populares. Y con nosotros, como siempre, "Tota''. Era ésta una perra pequeña, de color marrón claro, siempre inquieta y cariñosa, conocida de todos los estudiantes, que centraba su vida entre el comedor universitario y la facultad de Derecho, distantes uno del otro sólo 3 cuadras. Nadie supo nunca quién la había bautizado "Tota'', como tampoco donde pasaba sus noches, pero sí que vanos habían resultado los intentos de varios por incorporarla a sus departamentos o pensiones; ella se daba con todos pero no era de nadie. 


Entonces sucedió. La represión llegó dura, brutal, sorpresiva. Aquel mediodía se llenó de detonaciones, gritos y confusión, el humo de los gases oscureció el ambiente; en medio del caos, "Tota'', enfurecida, se volvió contra los atacantes. Estaban golpeando a sus amigos, los estudiantes, y ella no lo iba a permitir. Encaró con fiereza a los represores y prácticamente la ejecutaron, recibió uno o más impactos que la hicieron dar un salto en el aire y caer en medio de la calle. No podía dejarla allí, tirada. Casi sin pensarlo la alcé, y junto a 3 compañeros, a los que no había visto antes, conseguimos forzar un sector del cerco uniformado, y escapar. En medio del infierno de gritos, humo y sirenas, nos fuimos turnando para llevarla en brazos. Aún vivía. No se quejaba, simplemente nos miraba como agradeciendo ... ¿qué? si nada habíamos podído hacer por ella. Así estuvo un par de minutos, hasta que nos regaló una última mirada... y se fue. 


Ya en los suburbios de la ciudad unos vecinos nos prestaron su apoyo y una pala. La enterramos en un ignoto baldío tucumano, en silencio y con respeto, como se despide a un amigo. 


¡Ha pasado tanto tiempo, toda una vida! Sin embargo ese recuerdo está fresco en mi mente y corazón, Tota querida, tu sacrificio no fue en vano: pocos días después de aquellos sucesos fueron reemplazados el jefe de policía y el rector de la Universidad y, algún tiempo más tarde, el propio gobernador.