Próximos a cerrar 2016, coincidente con el primer año de gobierno macrista, los números de la economía muestran recesión por la caída del consumo, la crisis brasileña -principal destino exportador- y la falta de competitividad para alcanzar otros mercados, incluso recuperando los perdidos por las incoherencias políticas.

Cualquier indicador muestra desaceleración, pero se acentúa en un sector dinámico como el fabril. Según cifras oficiales, la industria acumuló en octubre pasado un retroceso del 4,9% con respecto a igual mes de 2015 y el reflejo más significativo del estancamiento lo exhibe la construcción con una caída del 19,2% en su media interanual.

Al hablar el miércoles último ante los empresarios, el presidente de la Nación reconoció los problemas que inciden sobre el aparato productivo, consecuencia de la crisis terminal a la que se encaminaba el país en el momento que asumió el cargo. Mauricio Macri asegura que la Argentina volverá a crecer a partir de 2017 y lo hará con el empuje del campo, la energía, la minería, la exportación de servicios con valor agregado y el turismo.

Pero también coincidió en la necesidad de reducir la carga impositiva, resolver el retrógrado entramado logístico y, fundamentalmente, bajar la litigiosidad laboral.

El Presidente está urgido en atender la situación social, en particular de los sectores más vulnerables, para dar lugar a una cultura del encuentro a partir del respeto de derechos y obligaciones de los ciudadanos, como le ha pedido el Episcopado.

El meollo es la apatía del sector privado donde se pusieron tantas esperanzas de inversiones para el desarrollo, y no se dieron como se esperaba. Es que no basta con condenar la corrupción y dar señales de transparencia y honestidad administrativa -que son encomiables-, pero no bastan para revertir el cuadro recesivo.

Para crecer debemos crear confianza en el inversor, sensible a un contexto de incertidumbre que lo frena. Por ejemplo, la presión tributaria creció en la Argentina del 24,3% en 2004 al 32,1% en 2015, superando ampliamente al promedio latinoamericano y nuestros políticos buscan crear más impuestos para corregir desfases históricos.

Exprimir más al contribuyente no es receta para el crecimiento y buscar competitividad exportadora.
La voracidad fiscal se anula achicando el enorme aparato estatal, conteniendo la demagogia sindical y las dañinas acciones populistas que ponen obstáculos en el camino de salida.