Esas callecitas tristes

Nada de lo poco que hay aquí, dice lo que esta calle antes fue. Casi vacía por cien razones diferentes. El paso de la historia la ha ido despoblando como el azote de una fatalidad con ella ensañada.


Mientras que otras se han ido enriqueciendo de crónicas e imágenes, ésta ha quedado como un callejón de pueblo abandonado, desmoronada y casi final en el centro de una ciudad que ha crecido por donde se la mire. Como ibiñas asustadas, se le han volado comercios y alguna que otra casa familiar aguantó el progreso. Uno se pregunta en qué lugar podremos hallar las risas perdidas, los mostradores y las vidrieras otrora vivos: sólo en el recuerdo y la goteante nostalgia, por supuesto, y eso no es poco, una forma de no morir, guarecerse en los muelles del viento, sobrevivir en el reloj de sangre de los latidos.


Estuve a punto de doblar antes; hay días en que uno no está para recibir duendes melancólicos; pero algo de mis entrañas me empujó por esa pasarela de ausencias.


Los cosquilleos de leves dolores son a veces caricias. Podría haber apurado el paso para pasar rápidamente lo que parecía un mal trago; pero no, ¡si allí me irían palpando con palabras de sobrevida el amigo que tenía el negocito a veinte metros de aquí y que un día se apagó como fósforo húmedo, llevándose consigo sillas y colchones elementales, una registradora de sueños y un tropel de cosas más que sólo a él y los suyos pertenecen! ¿Cómo no ir a buscar en el baldío cicatrizado de símbolos la pizzería de Don... ¿Roberto... Remberto?

"En buena hora, callecita triste, conserves...los fantasmas multicolores del recuerdo.''

Hay calles donde es imposible explicar por qué se han quedado mirando hacia atrás, soledosas y abandonadas de gritos y quimeras, sumergidas de inviernos. Lunares en el Apocalipsis de un progreso que se lleva puestos buenos días y señales de un mundo mucho más humano, resisten como héroes acorralados que jamás resignarán la dignidad.


En buena hora, callecita triste, conserves para la memoria urbana y los escondrijos del alma los fantasmas multicolores del recuerdo. Uno muchas veces piensa que hay sitios que merecen ser respetados a ultranza porque por algo se han sentado a conservar espejismos y antepasados, a renovarse constantemente hacia adentro en clave de remembranzas, a suplicar por el respeto a la evocación, a encumbrar el dulce capricho de ser a su modo, para dicha de muchos que son felices con lo más simple y, a la vez, servir a la sobrevida del paisaje urbano, porque esos signos explican qué somos y por qué.

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