El economista y ex integrante de Montoneros, Mario Firmenich, hizo públicas una serie de consideraciones sobre la continuidad del aislamiento social, preventivo y obligatorio que decretó el presidente Alberto Fernández, y los altos riesgos de su prolongación, la que puede generar una reacción violenta de la sociedad.

“Nadie discute que la decisión de la cuarentena total adoptada antes de que el coronavirus se propagara fue una decisión correcta. Pero todos sabemos que sería suicida mantener la cuarentena durante un tiempo indeterminado, paralizando todas las actividades sociales y económicas”, advirtió Firmenich.

En este sentido, el economista coincide con la afirmación de que “una caída económica se recupera pero una vida perdida no”. Sin embargo, alertó sobre el alto riesgo cuando se trata de pequeñas pymes, de trabajadores autónomos, de comercios familiares y microempresas que permiten la subsistencia día a día de millones de personas. “En estos casos es la ruina familiar y personal, incluyendo la muerte por múltiples motivos de muchos miembros de estas familias desamparadas. Es ingenuo creer que con un subsidio temporal de 10.000 pesos se evitan esos dramas”, afirmó.

En su documento, publicado en la Agencia Paco Urondo, el ex integrante de Montoneros, advierte sobre la existencia de un riesgo evidente en caso de continuar con el aislamiento: “La prolongación indefinida de una cuarentena ruinosa para millones de personas para ‘mantener achatada la curva’ puede terminar en una rebelión social contra la cuarentena por el estado de necesidad. El resultado sería un contagio masivo con millares de muertes, perdiéndose el logro de minimizar los fallecidos y con una debacle socioeconómica”.

A continuación, los principales conceptos de su artículo:

La cuarentena exitosa … ¿hasta cuándo?

Nadie discute que la decisión de la cuarentena total adoptada antes de que el coronavirus se propagara fue una decisión correcta. Pero todos sabemos que sería suicida mantener la cuarentena durante un tiempo indeterminado, paralizando todas las actividades sociales y económicas.

Si bien es cierta la afirmación de que una caída económica se recupera pero una vida perdida no, la afirmación deja de ser cierta cuando no se refiere a la macroeconomía sino a la pequeña actividad de trabajadores autónomos, comercios familiares y microempresas que permiten la subsistencia día a día de millones de personas, porque en estos casos es la ruina familiar y personal, incluyendo la muerte por múltiples motivos de muchos miembros de estas familias desamparadas.

Es ingenuo creer que con un subsidio temporal de 10.000 pesos se evitan esos dramas.

Una Nación de 3 millones de Km cuadrados y un pueblo de 45 millones de personas en medio de una crisis nacional y global no puede ser conducido como una sala de terapia intensiva.

La continua postergación del “pico de la curva” es un alerta de que algo no está bien previsto. Se ha comentado que la predicción “científica” es que en Argentina se contagiarán con el coronavirus 250.000 personas. Pero, si después de casi dos meses de cuarentena no se han contagiado ni 8.500, ¿tendremos semiparalizado al país durante 56 meses más esperando el contagio de otros 241.500 argentinos? Hay algo absurdo en estas predicciones “científicas”.

Existe un riesgo evidente: la prolongación indefinida de una cuarentena ruinosa para millones de personas para “mantener achatada la curva” puede terminar en una rebelión social contra la cuarentena por el estado de necesidad. El resultado sería un contagio masivo con millares de muertes, perdiéndose el logro de minimizar los fallecidos y con una debacle socioeconómica.

Si después de casi dos meses de cuarentena no se han contagiado ni 8.500, ¿tendremos semiparalizado al país durante 56 meses más esperando el contagio de otros 241.500 argentinos?

Es imperioso modificar la estrategia para aprender a convivir con el coronavirus manteniendo una baja tasa de contagios. Parece de sentido común que si el virus penetra por los ojos, la nariz y la boca, el problema se soluciona cubriéndose los ojos, la nariz y la boca. Para decirlo con cierta ironía, si se fuera obligatorio para todos andar en la vía pública con un casco de moto, podríamos estar todos trabajando normalmente con un casco de moto en la cabeza.

Aun cuando se impusiera ya mismo una salida de la cuarentena con todos los medios apropiados de control sanitario, el gobierno debería enfrentar una situación socioeconómica que ya es ruinosa. Se impone como urgente necesidad un programa económico de reconstrucción y reactivación económica que no puede limitarse a imprimir cantidades ilimitadas de billetes.

La reactivación económica

Si la gestión de la pandemia finaliza exitosamente, la realidad postpandemia será una desolación económica y social, con más del 50% de la población en estado de pobreza, incluyendo probablemente un incremento de la población excluida del sistema, con inexistencia de los puestos de trabajo tanto formales como informales que permitían a millones de argentinos sostener su nivel de vida, con inexistencia de capital privado para la creación de nuevos emprendimientos, sin financiación internacional para suplir la falta de capital privado nacional, con un déficit fiscal mayúsculo y una inflación real muy superior a la previa a la pandemia.

Vale la pena acotar que es erróneo y engañoso calcular el índice general de precios al consumo promediando precios de productos cuyas ventas estuvieron prohibidas. Si la producción automotriz del mes de abril fue ¡CERO!, carece de sentido promediar un “aumento cero” del precio de los automotores. La inflación real durante la cuarentena es la del alza de los precios de los productos esenciales, siendo lo relevante el alza de precios de alimentos y productos básicos.

Es una obviedad decir que el gobierno deberá desarrollar múltiples políticas públicas destinadas a reconstruir (más que reactivar) un tejido económico-social que ha sido destruido.

En este sentido, debería ser obvio también que no se saldrá de la depresión económica regalándole un pobre plato de comida a la mitad de los argentinos. Lo necesario es invertir para generar emprendimientos económicos que regeneren los millares de empleos que han desaparecido.

Sólo así se podrá recomponer también las finanzas públicas y controlar la inflación.

Plan de Reactivación

¿Reactivando las deformaciones estructurales preexistentes?

Todos sabemos que la crisis social, laboral y económica de Argentina no nació con el coronavirus. El aparato productivo que se ha destruido durante la cuarentena no era precisamente un ejemplo virtuoso de productividad y sostenibilidad, ni de justicia social, ni de vanguardia tecnológica, ni de eficiencia.

A la hora de “reactivar la economía”, ¿se reactivará el sistema ineficiente, injusto, insostenible, dependiente, excluyente y atrasado que existía antes? No debería ser así.

Un plan de emergencia nacional debería ser pactado en el Consejo Económico y Social.

Como suele decirse, las crisis presentan oportunidades de transformación para mejorar la realidad preexistente. No deberíamos desperdiciar esta oportunidad.

 No existe un movimiento popular políticamente organizado capaz de ser un motor político generador de propuestas estratégicas e impulsor de las transformaciones estructurales necesarias

Los planes de emergencia socioeconómica para el corto plazo deben ser concebidos como los primeros pasos de un proyecto largo plazo. Para ello, es necesario primero definir los rasgos estructurales del Proyecto Nacional y a partir del mismo adoptar un conjunto de medidas aptas para salir de la emergencia pero que estarían comprendidas en la maqueta del proyecto de largo plazo.

La necesidad de superar la actual impotencia del movimiento popular para impulsar un nuevo Pacto Constituyente para el desarrollo de un Proyecto Nacional

Hace algunas décadas hablar de movimiento popular en Argentina era sinónimo de hablar del Movimiento Peronista.

Sin embargo lo que existe hoy como “peronismo” no es un movimiento políticamente organizado. Basta con mencionar algunas evidencias básicas que definían al peronismo: “El Peronismo es un movimiento de masas y el Partido Justicialista es sólo una herramienta electoral”

“La Doctrina Justicialista es humanista y cristiana”.

“La columna vertebral del peronismo es el movimiento obrero organizado”.

“El Movimiento Peronista es la organización nacional de masas que se estructura en cuatro ramas: política, sindical, femenina y de la juventud”.

“Primero la Patria, después el Movimiento y por último los hombres”.

“En la Nueva Argentina justicialista hay una sola clase de hombres, que son los que trabajan”.

No creo necesario alargar este texto demostrando que la realidad social, económica y política actual de nuestra Patria y de nuestro Movimiento, consecuencia no sólo de la depredación de la dictadura sino también de 37 años de democracia, lo que incluye 22 años de gobiernos democráticos peronistas, es incompatible con estas realidades representativas de lo que fue el Movimiento Peronista.

Hoy, en cambio, el movimiento popular incluye a millones de compatriotas excluidos del sistema, desocupados crónicos en un país desindustrializado, cuyas organizaciones sociales de carácter gremial carecen de pertenencia política a un Movimiento Nacional como era el peronismo y cuyos referentes militantes son de una muy variada pertenencia político-organizativa.

Por otra parte, la organización de los militantes políticos del peronismo tiene una lógica básicamente electoralista que, además, suelen operar fuera del Partido Justicialista.

La clase trabajadora sindicalmente organizada en la CGT se ha reducido cuantitativa y cualitativamente, se ha dividido en varias centrales sindicales, sus obras sociales están en crisis y las 62 Organizaciones no tiene ninguna presencia política.

En suma, el movimiento popular hoy en día no es sinónimo del movimiento de las masas peronistas políticamente organizadas. No existe un movimiento popular políticamente organizado capaz de ser un motor político generador de propuestas estratégicas e impulsor de las transformaciones estructurales necesarias.

Esto plantea la necesidad y la obligación moral y política de construir una unidad programática transversal del movimiento popular entre dirigentes de diversos sectores, abarcando los espacios sociales y políticos que representan, por ejemplo, el Movimiento Evita, la Cámpora, los sindicatos, los intendentes del Gran Buenos Aires, los gobernadores, las organizaciones sociales o los pequeños empresarios.