Con 80 años bien llevados a cuestas, Jorge Bergoglio cumple hoy cuatro años de su pontificado, que inició el 13 de marzo de 2013 con su elección por el Cónclave de cardenales reunidos en la capilla Sixtina, del cual emergió como Papa Francisco, primer latinoamericano y primer jesuita de la historia. 

El inicio del quinto año en la cátedra de San Pedro abre la segunda fase de la misión apostólica universal del Papa argentino y de sus esfuerzos por imprimir un cambio vigorosamente reformista, que ha generado un vasto apoyo popular entre los 1.200 millones de bautizados, pero también crecientes resistencias y hostilidades dentro de la estructura de la Iglesia entre los sectores más conservadores.

Concluido el Año de la Misericordia, que ha constituido el sello característico de su cambio de enfoque pastoral, en la llamada “revolución de la ternura”, Jorge Bergoglio tiene por delante un 2017 con aspecto de transición.

El espectro de un conflicto bélico nuclear, catastrófico y terminal, se dibuja en el horizonte, sobre todo después de la llegada al poder del presidente norteamericano Donald Trump, quien podría visitar al Papa a fines de mayo en el Vaticano.

En el manejo de los problemas internos, el Pontífice argentino acaba de producir una sorpresa: por primera vez desde 1927, un purpurado perdió todos lo derechos y prerrogativas del cardenalato. Acusado de haber abusado de cuatro sacerdotes jóvenes, ya en 2013 el cardenal Keith O’Brien tuvo que retirarse como primado de Edimburgo y la iglesia de Escocia. Tampoco asistió al cónclave de marzo que eligió a Bergoglio.

O’Brien tiene 77 años pero en los tres años que le quedan antes del retiro canónico no podrá participar de un nuevo Cónclave. Es el resultado de un proceso canónico que Francisco ordenó en 2014. El Papa, de acuerdo a su voluntad de obrar con misericordia, le permitió mantener el título cardenalicio pero vaciado de contenido. En 1927 Pío XI quitó el título al cardenal Luis Billot, jesuita, por su vecindad con el grupo extremista de la Acción Francesa de Charles Maurras, condenado un año antes por el Pontífice.

La destitución de un cardenal es un hecho sensacional dentro de la Iglesia. Esta decisión sigue a la denuncia de Marie Collins, la irlandesa abusada por un cura cuando tenía 12 años, que renunció a la pontificia comisión para la tutela de menores, acusando a la Curia (el gobierno central de la Iglesia) de sabotear las medidas propuestas por la comisión. Esta herida también ha exasperado la situación interna.

La popularidad de Bergoglio representa un nuevo modo de pensar los valores morales, basado en el discernimiento y no en una teología de reglas. De allí el reclamo reiterado del Papa de prestar atención y cercanía a las parejas irregulares, especialmente a los convivientes que se acercan a la Iglesia.

Domar a la Curia Romana, cuyas luchas por facciones arruinaron el pontificado de Benedicto XVI, Joseph Ratzinger, que hoy es Papa emérito y que el 16 de abril cumple 90 años, es una tarea muy fatigosa e incierta. Bergoglio la emprendió con otra novedad: el Consejo de 9 cardenales (C9) que lo ayudan en la gestión del gobierno de la Iglesia.

En 2017 el desafío es poner en funcionamiento dos “ministerios” nuevos: el de los Laicos, la Familia y la Vida, y el dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral. Estos “ministerios” de la reforma se agregan a las secretarías para la Economía y para las Comunicaciones. Avanza además la limpieza y la reforma del IOR, el banco del Papa, fuente de corrupción, maniobras y luchas, necesitado de honestidad y transparencia.

El Papa medita ahora los cambios en los cargos clave de la Curia, donde se anida una mayoría de cardenales conservadores que lo critican. Habrá que ver hasta dónde puede llegar con esta renovación que necesita para romper el asedio. Las conspiraciones que se extienden desde el Vaticano a algunas grandes conferencias episcopales, como la italiana, la norteamericana, la polaca, donde sobran los enemigos de Francisco, se exasperan por los nombramientos con los que el Papa trata de crear una mayoría de obispos favorable a su proyecto de reformas.

La estrategia de los ultras es impedir que el próximo Papa sea un bergogliano que continúe los postulados pastorales de Francisco, quien ya ha creado 44 cardenales, un tercio del Sacro Colegio de purpurados electores. Pero para conseguir una mayoría absoluta en favor de la continuidad con los cambios, deben pasar todavía cuatro años. 

En 2017 el Papa viajará a Colombia, Asia y África, además de hacer una visita en mayo al santuario de Fátima, en Portugal. Se espera que las negociaciones con China puedan producir un histórico acuerdo, pero el secretario de Estado, cardenal Piero Parolín, dijo que aún “el camino es largo”.

El viaje del Papa a Rusia sigue demorado. Bergoglio dice que quisiera viajar a Moscú “pero tendría que ir a Ucrania también” y aquí las dificultades se multiplican.

Éste será un año muy difícil para la Argentina y Bergoglio está otra vez en el centro de los forcejeos que irán “in crescendo”. Su pasión política y la necesidad de impedir que la frágil coyuntura se descontrole en graves brotes de violencia preocupan mucho a Francisco. Una Argentina caótica entre otras cosas favorecería a sus enemigos internos en la Iglesia y lo debilitarían seriamente.

Fuente: DyN