Señor director:  


Como siempre, quiero compartir con los lectores de vuestro diario, historias y anécdotas de la lonja ribereña, de la Cuarta Región de Chile. Había una vez, una iniciativa cultural, fruta impresa que aportaba alegría para un inquilino entrado en años que trabajaba en un potrero viñatero. Cuando el niño recibió la sorpresa de su vida por hacer un favor a sus hermanos. Allí, el almanaque y el devocionario vecinal se renovaban como una sandía. Corazón colorado...  


Ya en la primera mitad de la década de 1980, en el siglo pasado, los sandiales elquinos declinaron. El potrero era un rectángulo con 250 metros de frente por 800 de fondo, aproximadamente. Se quedó con el recuerdo de los sandiales tradicionales entre maravillas y maizales. Una franja de tierra con un desnivel al fondo por el paso del río milenario. 


Era un fondo pequeño con calle de por medio y curiosamente ligado a siembras misteriosas. En "La Puntilla" de Diaguitas y frente al cerro "Piramidelqui", suelen suceder hechos extraños, como el caso de la mujer que llora, el hombre que se muere o el niño que lee y ve cosas que los demás no ven.  


Manuel Medalla, vecino de la zona, no vio pero sintió "La Llorona" sobre su cabeza. Tomó la escopeta y disparó al aire. La madre y la cuñada acudieron en su auxilio. La arremetida no volvió a repetirse. Ellos, inquilinos, habían mejorado el fondo. 


En efecto, el Instituto del Campesino, desde la capital, enviaba a provincias sus aportes: libros y ruecas. ¡El libro "Corazón Colorado" llegó tal como una sandía, abierta, generosa y con muchas letras para leer otros mundos ignorados!