Señor director:

Luego de unas horas de haberse producido el terremoto que destruyera a San Juan el 15 de enero de 1944, hace ya 73 años, la ciudad mostraba escenas crudas y terroríficas.

Los muertos estaban por todos lados, debajo de los escombros, aprisionados bajo cornisas, enterrados bajo pilas de adobes, etc. Mientras, el suelo no dejaba de moverse, con replicas tan fuertes y peligrosas como la primera.

El pillaje hizo de la ciudad destruida un campo de dolor. Los ladrones hacían de las suyas. No respetaban a las víctimas o muertos, revisaban sus bolsillos y le sacaban los anillos, hasta se encontró mutilaciones de manos con falta de dedos para sacarles los anillos de oro. El vandalismo fue incontrolable esas primeras horas; era una noche tenebrosa.

Al otro día del sismo, José, mi padre, luego de saber que su familia estaba bien, cargo sus cámaras fotográficas, con un criterio visionario, empezó a retratar esos momentos.

Nos contaba que en ese recorrido, muchas veces tuvo de auxiliar a gente que clamaba por ayuda. Él salió de su casa a las 8 de la mañana del día 16 de enero, y recién regreso después de las 19.

Hay fotos históricas que muestran una impactante realidad. Nos reflejaban lo trágico de esos momentos, que muchas veces nos cuesta ver.

Los muertos abandonados, el pillaje, la indiferencia, hacían un caos y confusión en el accionar para llevar un alivio. Hubo tantos muertos que fueron cremados en fosas comunes, para evitar plagas y enfermedades. Las estructuras gubernamentales también sufrieron el sismo.

La ayuda era muy lenta y el sufrimiento fue muy grande. Costó que el pueblo sanjuanino reacciona y asimile lo que había pasado. Murió un San Juan, que luego tuvo que nacer de nuevo.