El cartelito del chico, y al lado el pedido de la madre.

En la canción "Mi unicornio azul'', Silvio Rodríguez clama porque le den "cualquier información, que bien voy a pagar'', sobre el animalito que había dejado pastando, y desapareció. Y remata diciendo que "aunque tuviera dos, yo solo quiero aquel''. La analogía con lo sucedido a Benicio, un pibe tandilense de siete años, es sorprendente. Benicio había estado jugando en la plaza de su barrio. A esa hora de la tarde salían de la escuela sus amiguitos, a quienes fue a invitar, como hacia siempre, para jugar un picadito. Cuando volvió, la pelota ya no estaba. Tenía un par más en casa, pero esa, la extraviada, era su preferida. Se encerró en su cuarto a llorar, pero resolvió que no se quedaría atrapado en lágrimas. Dibujó una pelota similar a la suya y pegó cinco carteles en distintos puntos de la plaza. Preguntaba ¿han visto mi pelota? y abajo, dibujada, como puede dibujar un niño de siete años, la pelota, y un detalle que la distinguía, la leyenda YPF. "Chau, me voy a pegar unos carteles en la plaza'', dijo a su papá y a su hermano. Se fue con cuatro copias, las pegó y volvió. Al enterarse su madre, conmovida, quiso hacerle comprender que sería muy difícil que apareciera. Que jugara con las otras que tenía. Pero él, tercamente, se negaba "yo quiera ésa, no otra''. Entonces decidió ayudarlo por las redes sociales. Fue a la plaza, sacó una foto de uno de los carteles y escribió: "sí alguien se la llevó pensando que estaba abandonada, les encargo la devuelva a esta dirección''.


Al rato se había viralizado totalmente y comenzaron a llegar mensajes ofreciéndole pelotas usadas al niño. Hubo un señor de una ferretería que llegó con tres pelotas. Una de River, otra de Boca y una neutral, para que eligiera. Y recordó que lo hacía porque en su niñez no tuvo la oportunidad de tener una. Al día siguiente un joven llegó con una muy gastada, pero que se la quería regalar porque el cartel lo había emocionado. Tres personas enviaron sendas pelotas a las oficinas donde trabajaba la madre y una chica vecina de General Madariaga preguntaba cómo podía hacer para mandar la suya hasta Tandil. La inocente súplica del cartel de Benicio, liberó los pájaros de la solidaridad en toda la vecindad. Desde YPF enviaron, días después, una caja con cuarenta pelotas. Su madre entonces le planteó "¿qué te parece si las regalamos para el Día del Niño?''. Tenía sesenta pelotas para regalar. Desde ese entonces, Benicio arranca todos los sábados hacia barrios carenciados, y cuando baja a repartir pelotas, su cara revela un contento superior al de los niños que reciben su regalo. Al poco tiempo, enterados de esta acción solidaria del niño, comenzaron a llegar, desde donadores anónimos, peluches y otros juguetes que Benicio repartió con enorme alegría entre colegios, merenderos y vecinitos. Esto lo ha motivado y se pregunta si le seguirán llegando pelotas para regalar. Pero a su madre le hizo una confidencia sobre algo que le aflige. "Mamá, extraño aquella. La que perdí en la plaza''. Nostalgias de su propio unicornio azul y un pensamiento: qué feliz habrá de ser la vida de Benicio.