Señor director:

En muchos debates públicos suscitados en la vieja Europa, con motivo de legislar sobre temas más éticos que políticos -ideología de género-, se apela con frecuencia a la objeción de conciencia. A mi entender, es un argumento pocas veces válido y, desde luego, no generalizable.

La conciencia personal merece el máximo respeto, como corresponde a la dignidad humana, pero no exige necesariamente un reconocimiento jurídico de la objeción, pues haría casi imposible la convivencia democrática. Cosa muy distinta es el derecho a la libertad religiosa.

Al acabar el año de la Misericordia hace unos días, se cerraron las puertas santas de las grandes catedrales. Pero sigue completamente abierta la misericordia divina.

La esperanza sobrenatural, como también enseñó el Concilio Vaticano II, invita también al compromiso en las tareas seculares. Pero sin confundir el progreso con el reino de Dios, al que corresponde un señorío no temporal, eterno y universal: de verdad y vida; de santidad y gracia; de justicia, amor y paz.