Muchas son las cosas en qué preocuparse y por ese motivo nosotros nos preocupamos; nos preocupa la crisis energética; la pandemia, la violencia aumenta día a día; nos asusta la inflación, y como si esto no fuera suficiente, añadimos preocupaciones de índole personal: nuestra salud, hijos, la vejez, la muerte y los impuestos. Nos preguntamos si no tendremos un accidente con el automóvil, si no se estrellará el avión en que viajamos, si perdemos todos nuestros ahorros. La vida está llena de incertidumbre para todos, ricos y pobres, fuertes o débiles. La aflicción provocada por esta actitud nos arruinará la salud, nos volverá propensos y acelerará nuestra partida al lugar que no tiene retorno. Lo más probable es que la excesiva preocupación nos impida tener una actitud positiva sobre nuestros problemas. La preocupación es una actitud autodestructiva. En cambio, el tomar una acción positiva puede mejorar la salud, ser más alertas al conducir, o hacer que seamos más atentos con nuestros hijos. Y cuando nuestro estilo de vida sea más satisfactorio, más dispuestos estaremos a incorporar el buen humor en todas las situaciones de la vida. La capacidad de tomar con buen humor los hechos cotidianos es una válvula de seguridad que nos libera de las tensiones que, de otro modo, continuarían perjudicando nuestra salud. Con respecto a nuestra salud, Jesús tiene palabras claras manifestando: "No os preocupéis del mañana; el mañana se ocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio mal" (Mateo 6:34).