Señor director:

Los caminos de Colombia. Una vez que se abandona la ciudad, se comienzan a atravesar los campos, que son estrechos. Lodazal puro y trampas al acecho detrás de cada desnivel. Manuela, a esa hora del día, pugnaba por terminar su tarea en el gallinero. Su belleza estaba algo desmejorada, pues es difícil disimular los efectos del sol sobre la piel, o los tajos que deja el azadón cuando se excava a fondo la tierra.

Pero se la podía entrever, por entre su jean jardinero y el lustre de su pelo renegrido, tomado y cayendo en trenzas sobre los hombros. El mediodía estaba en su cenit, abandonó el gallinero y emprendió camino hacia la cocina. Pronto llegarían José, su marido, que era jornalero en una finca vecina, y los chicos de la escuela.

Al instante, el silencio pesado y húmedo del ambiente, se vio interrumpido por los cilindros a pleno de una moto de gran porte, que acertó a detenerse frente a su humilde vivienda. "Buenos días, pregunto si me convidaría un poco de agua por favor''. Ella miró con desconfianza. Recorrió la humanidad del muchacho, sin dejar de admirar el vehículo.

Él, lucía una larga cabellera y un sombrero texano, que le daban un doble aspecto entre hippie y vaquero, que a ella le perturbó. ¿Quién era? Sobre el volante flameaba una bandera argentina y varias calcomanías con motivos de diversos lugares, que delataban su oficio de andador de caminos. "¿De dónde viene?" acertó a preguntarle.

"De Estados Unidos y voy de vuelta a la Argentina. Soy de San Juan, y más precisamente de mi pueblo chico, que es la Esquina Colorada". La mujer sintió una incontenible sed por saber más de ese muchacho. "No tengo límites, ni de tiempo ni de distancias. Sólo ando.

Pongo mi moto en funcionamiento y le doy a los caminos. Me agrada el mar, la arena, la lluvia, la gente morena. Me acompaña el "Flaco'', lo sé, nunca me abandona. No llevo nada, ni plata, ni comida, pero nunca me faltó lo mínimo para subsistir. Vivo de la providencia y sé que no voy a parar hasta llegar a mi pueblo".

"¿Dónde duermes?", quiso saber. "Donde me agarre la noche. Muchas veces me recuesto a la luz de las estrellas, sólo acompañado por el canto de un ave nocturna, o de los grillos, o sapos, que son mis amigos". Manuela, fue hasta el aljibe y trajo el agua. El muchacho bebió, dio las gracias y se despidió. Ella lo siguió con la mirada, como añorando esa libertad que aleteaba por los poros de aquel desconocido.

Esperó a que la moto fuera sólo un punto en la lejanía, para enfilar derecho a su habitación. Se quitó la jardinera y contemplo su cuerpo. Aún joven, aún firme. Dejo a un lado el sombrero, soltó sus cabellos y el espejo le devolvió una imagen como aquella de los años jóvenes, cuando soñaba con una vida que no sabía bien cómo era.

Hasta que hoy la pudo ver y entonces lo supo. Mientras el "Pirincho'' Gómez, mi amigo, el motoquero, siguió bebiéndose el aire limpio de las comarcas, alborozado en la contemplación de la feliz naturaleza, Manuela daba un suspiro y volvía a calzarse la jardinera. Se tomaba el pelo, lo trenzaba y reparaba en que ya era el mediodía, y el sol estaba en el cenit.
Todo volvía a encajar en su lugar. Ella también.