Señor director:


La Cuaresma, cuarenta días que nos preparan para la Pascua del Señor, comenzó el miércoles de ceniza, 14 de febrero, con las iglesias llenas de creyentes. Es un "tiempo fuerte'', penitencial. Si siempre hemos de vivir la caridad, característica de un verdadero cristiano, mucho más en Cuaresma, tiempo en que deben acentuarse la práctica del ayuno, la oración y la limosna. Ayuno no sólo de alimentos; también de cosas. Muchos fieles ofrecen a los pobres, el valor material de sus privaciones. Es característica de este tiempo, un mayor recogimiento para reflexionar sobre el rumbo de nuestra vida y su meta, el Cielo, porque esto que vivimos es pasajero.


El Papa nos da ejemplo de retiro orante: salió fuera de Roma, al principio de la Cuaresma, para hacer Ejercicios Espirituales, y, antes, nos obsequió con una carta que hace pensar. En ella, nos recuerda que la Cuaresma es un "tiempo de gracia'', que "anuncia y realiza la posibilidad de volver al Señor con todo el corazón y con toda la vida''. Con palabras del Apóstol y evangelista Mateo, dice: "Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría'' (24:12).


Evoca la imagen del infierno que hace Dante Alighieri: "imagina al diablo sentado en un trono de hielo, su morada es el hielo del amor extinguido''. Dice el Papa que "lo que apaga la caridad es ante todo la avidez por el dinero, "raíz de todos los males'' (1 Tm 6:10); "el rechazo de Dios y, por tanto, el no querer buscar consuelo en él, prefiriendo quedarnos con nuestra desolación antes que sentirnos confortados por su Palabra y sus Sacramentos. Todo esto se transforma en violencia que se dirige contra aquellos que consideramos una amenaza para nuestras "certezas'': el niño por nacer, el anciano enfermo, el huésped de paso, el extranjero, así como el prójimo que no corresponde a nuestras expectativas''.