Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el mercenario, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa, porque es asalariado y no le importan nada las ovejas. Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas (Jn 10,11-18).

La Iglesia celebra hoy la 55ª Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. Para esta ocasión el Papa Francisco escribió un mensaje basado en el escuchar, discernir y vivir la llamada del Señor.  Escribe el Santo Padre que, “también en estos tiempos inquietos en que vivimos, el misterio de la Encarnación nos recuerda que Dios siempre nos sale al encuentro y es el Dios-con-nosotros, que pasa por los caminos a veces polvorientos de nuestra vida y, conociendo nuestra ardiente nostalgia de amor y felicidad, nos llama a la alegría. En la diversidad y la especificidad de cada vocación, personal y eclesial, se necesita escuchar, discernir y vivir esta palabra que nos llama desde lo alto y que, a la vez que nos permite hacer fructificar nuestros talentos, nos hace también instrumentos de salvación en el mundo y nos orienta a la plena felicidad. Estos tres aspectos —escucha, discernimiento y vida— encuadran también el comienzo de la misión de Jesús, quien, después de los días de oración y de lucha en el desierto, va a su sinagoga de Nazaret, y allí se pone a la escucha de la Palabra, discierne el contenido de la misión que el Padre le ha confiado y anuncia que ha venido a realizarla «hoy» (cf. Lc 4,16-21)”.

Meditemos el texto evangélico de este domingo, pero antes se debe aclarar que los contemporáneos de Jesús estaban desilusionados con sus líderes. Los acusaban con las palabras del profeta Ezequiel, de esquilar sus ovejas, vestirse con su lana, sacrificar a las más pingües, no apacentar el rebaño, no fortalecer a las ovejas débiles, no cuidar a las enfermas ni curar a las heridas, ni hacer volver a las que se extraviaban, ni buscar a las perdidas, y de dominarlas a todas con violencia y dureza (Ez 34,3-4). Hoy Jesús se nos presenta afirmando: “Yo soy el buen (“kalos”) pastor” (Jn 10, 11).  Existen dos palabras griegas para el calificativo “bueno”. La primera es “agathos”, que simplemente describe la calidad moral de algo. La segunda es “kalos” (utilizado en este versículo), significando que una cosa o una persona, no solo es buena; sino que además es bella porque en su bondad existe una cualidad encantadora que atrae sin excluir a nadie. Sus cualidades internas hacen que todo el mundo la admire. Jesús no contrasta al buen pastor con un ladrón, sino con un asalariado, es decir, un mercenario cuya única preocupación es recibir su paga, que no siente afecto por las ovejas y no asume ninguna responsabilidad por ellas. El mercenario (en griego: “misthōtós”) es alguien que realiza su trabajo esperando el estipendio (en griego: “misthōs”).  Al mercenario le interesa el sueldo, no las ovejas.  No pretende dar sino retener.  Sólo tiene en cuenta lo que le conviene a él, no lo que beneficia a los demás.  Ve el pastoreo, no como una llamada, sino solo como un trabajo; que huye del peligro, permitiendo que el lobo arrebate y esparza las ovejas. El Buen Pastor “ofrece” su vida por las ovejas.  En este verbo se centra el ser y el obrar de Jesús, y  se repite cinco veces en el evangelio de hoy. Antes, había puesto énfasis en aclarar las diferencias entre el auténtico pastor y el mercenario.  El primero “da” sin esperar respuestas.  


Toda vocación específica nace de la iniciativa de Dios. Él es quien da el “primer paso” y no como consecuencia de una bondad particular que encuentra en nosotros, sino en virtud de la presencia de su mismo amor. Decía Leon Tolstoj: “En la vida no hay más que un solo modo para ser felices: vivir para los otros”. Esa es la esencia de toda vocación.  Charles de Foucault, joven parisino embriagado de luz, cuando abrió los ojos al misterio de Dios exclamó: “En cuanto descubrí que Dios existe, entendí que sólo podía vivir para él”. Siempre me impactó esta frase de san Luis Orione: “Al que llame a las puertas del Pequeño Cottolengo no se le preguntará si tiene un nombre o religión, sino sólo si tiene un dolor”. El mercenario vive en el estrecho mundo de su yo. Es indiferente, mentiroso, y con su soberbia sólo aleja excluyendo. El buen pastor es quien saliendo de sí mismo cura heridas, venda corazones cansados, y levanta a todos aquellos que agobiados por la vida se sienten desfallecer. Es un convencido que el amor vence al odio, el bien vence al mal, y la luz derrite las tinieblas.