En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él. El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que vosotros oísteis no es mía, sino del Padre que me envió. Yo les digo estas cosas mientras permanezco con vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, os enseñará todo y os recordará lo que os he dicho. Os dejo la paz, os doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No inquietéis ni temáis! Me habéis oído decir: 'Me voy y volveré a vosotros'. Si me amarais, se alegraríais de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Os he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, creáis" (Jn 14,23-29)


En este sexto domingo de Pascua, Jesús nos promete el envío de un abogado intachable y fiel: el Espíritu Santo. También nos anuncia el don de la paz y nos invita a sepultar la inquietud. La paz es, según la tradicional definición de San Agustín: "la tranquilidad en el orden". Es que quien está ordenado en su interior, en sus emociones y en sus pasiones, nunca será peligroso ni violento. No hay caminos para la paz; la paz es el camino. Se trata de esa virtud que permite vislumbrar horizontes y caminar sin sobresaltos hacia ellos. El violento tiene pasado, mientras que el pacífico tiene presente y futuro. ¿Quiénes son los pacíficos? No se habla de los pacíficos estáticos sino de los dinámicos: aquellos que son los constructores de la paz; los que, por amor a Cristo, se dedican a edificar la armonía. La realización de la paz tiene un aspecto interno que consiste en el comportamiento personal de la voluntad de vivir en concordia con los demás. "La paz os dejo, mi paz os doy; no como el mundo la da, os la doy yo" (Jn 14,27). Y así aconseja san Pablo: "Corresponded a sus desvelos con amor siempre creciente. Vivid en paz entre vosotros" (1Tes 5,13). El mismo Jesús había señalado en las Bienaventuranzas, que son "felices los misericordiosos, porque serán llamados hijos de Dios" (Mt 5,9). El contenido de la bienaventuranza incluye a todo el que busca y difunde la paz y trabaja por ella. Abarca a todos; la misma estructura en que está redactada lleva a una formulación universal e impersonal. Los pacíficos en el siglo XXI son: aquellos que construyen un ambiente de armonía en sus familias. Aquellos que tratan con decoro y cariño a su cónyuge. Aquellos que tratan con cortesía y valentía. Aquellos que exigen con firmeza pero sin olvidar la caridad. Aquellos que oran por un mundo menos cruel. Aquellos que alientan con el saludo y siembran esperanza con la palabra oportuna.


Hace unos años aprendí el Decálogo del pacífico, que dice: 1- Mira a todos con respeto y benevolencia. 2- No hables mal contra nadie, no condenes a ninguna persona, a ningún grupo, a ningún pueblo, a ninguna institución. 3- Perdona las injurias presentes y pasadas, líbrate de las garras del odio, guarda la libertad de tu corazón para amar, para convivir, para comenzar una vida nueva cada día. 4- Desea sinceramente la paz con todos, la colaboración, la convivencia, el gozo de la fraternidad y del servicio. 5- Trata de simplificar los problemas en vez de agrandarlos; no acumules las sombras, busca en todo los resquicios de la luz y los caminos de la esperanza. 6- Ten valor de negarte a colaborar con cualquier proyecto violento, apártate de los que enseñan y practican el odio, la venganza, el amedrentamiento y la violencia. 7- Crea en torno a ti sentimientos y actitudes de paz, de concordia, de convivencia, de misericordia y de consuelo. 8- Apoya a los que trabajan sinceramente por la paz, en la verdad, en la libertad y en la justicia. 9- Dedica a algún tiempo a trabajar tú también por la paz, con serenidad, esperanza y generosidad. 10- Pide a Dios que te dé el espíritu de la sabiduría, de la bondad, de la fortaleza y de la generosidad para ser instrumento de su bondad y de su amor en un mundo renovado, donde todos podemos vivir en la verdad, el amor, la libertad y la fraternidad.


Formarse para la paz es formarse para amar la verdad incondicional y desinteresadamente. La verdad no es objeto de posesión. No tiene sentido hablar de "mi" verdad. La verdad no la poseo; soy nutrido por ella. El secreto para encontrar y vivir la paz con Dios y con los otros, es dejar de lado la inquietud cotidiana llevando a la práctica diaria lo de Santa Teresa de Jesús. "Nada te turbe, nada te espante. Todo se pasa, sólo Dios basta. La paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene nada le falta. Sólo Dios basta".

Por el Pbro. Dr. José Manuel Fernández