En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: "No temáis a los hombres.  No hay nada oculto que no deba ser revelado, y nada secreto que no deba ser conocido.  Lo que yo os digo en la oscuridad, repetidlo en pleno día; y lo que escuchéis al oído, proclamadlo desde lo alto de las casas. No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma.  Teman más bien a aquel que puede arrojar el alma y el cuerpo a la Gehena. Al que me reconozca abiertamente ante los hombres, yo lo reconoceré ante mi Padre que está en el cielo.  Pero yo renegaré ante mi Padre que está en el cielo de aquel que reniegue de mí ante los hombres" (Mt 10,26-33).

El evangelio de este domingo comienza con un imperativo: “No teman a los hombres”.  La situación de quien anuncia el mensaje de la Buena Nueva es similar al de una oveja entre lobos.   El instinto de auto conservación es sano en sí mismo: sirve para evitar el mal.  Pero es principio insuficiente para vivir, si contemporáneamente no hay confianza en el bien.  Sin confianza, el hombre vive bloqueado y desesperado. Habría que recordar lo que afirmaba el escritor suizo Hermann Hesse: “Cuando se teme a alguien es porque a ese alguien le hemos concedido poder sobre nosotros”, o como decía el filósofo latino Séneca: “El que teme es un esclavo”.  Jesús no conoce el miedo, porque es siempre dueño de la situación y nadie le puede hacer perder la paz.  Es que la paz, como la felicidad, no se encuentra en la situación sino en la disposición.  Depende cómo se asumen los problemas para poder superar las dificultades.  En la vida nos encontraremos con personas que piensan que con las maldades que hacen nos producirán daño.  Pero ese efecto intentado depende de nosotros y no de los otros para que sea realizado.  Con la fuerza por dentro no nos pueden derribar los más violentos vientos de afuera.  Es que el miedo es lo contrario a la fe.  Un día le preguntaron a un eximio profesor de teología moral que enseñó durante muchos años en Roma y Alemania, el padre Bernard Häring: “¿Quién es el diablo?”, y él respondió: “El diablo es el pesimismo.  Tienta a los débiles haciéndoles pensar que el mal triunfará, esperando siempre lo peor o asumiendo la queja como un estado de vida”.  

Jesús no nos ha prometido evitarnos dificultades, sino darnos la fuerza para superar las adversidades, si se la pedimos.  El Dios de la fe y de la vida no es el Dios de las respuestas, sino el Dios del deseo. Debemos rezar, ya que cuando oramos tal vez no obtendremos respuesta inmediata a nuestros interrogantes, pero ellos se irán derritiendo como la escarcha ante el sol.  Y en el corazón irrumpirá una gran paz: la paz de estar en las manos de Dios y de dejar conducirnos con docilidad por él.  A veces parece que Dios calla, o como titulaba el filósofo español Rafael Gambra (1920-2004), a uno de sus libros más lúcidos, “El silencio de Dios”: no se siente. Pero, en realidad, esta sensación terrible de la ausencia divina que pueblos e individuos siempre alguna vez sufren en sus vidas, en la Biblia siempre es compensada por la fe inconmovible de que, aunque se haga esperar, “nunca duerme”. Y, aún todos los salmos de amarga queja, siempre terminan con un grito de fe, o con un canto de triunfo o de esperanza. No duerme el Señor. A pesar de sus largos silencios y nuestras largas penas. Y, si parece que duerme, lo hace como Endimión, el personaje de la mitología griega, con los ojos bien abiertos, mirándonos a nosotros, sus amados.

“No teman a los que puedan matar el cuerpo pero no pueden matar el alma”.  Esta frase del evangelio nos hace pensar en los mártires del siglo XXI.  Cuando el testimonio llega al final, cuando las circunstancias históricas nos piden un testimonio fuerte, allí aparecen los mártires.  Comienza con el testimonio, día tras día, y se termina como Jesús, el primer testigo: con la sangre.  Pero hay una condición para que el testimonio sea veraz: debe ser incondicional.  Es verdad que hubo muchos cristianos perseguidos en tiempos del emperador Nerón, pero hoy hay más. Mártires de Oriente Medio, cristianos que deben huir de las persecuciones, cristianos asesinados por los perseguidores.  También, como dice el Papa Francisco, “cristianos expulsados de forma elegante, con guante blanco: también esa es una forma de persecución”.  Un año más, la organización de Derechos humanos “Puertas abiertas” (Open Doors), con base en los Estados Unidos, en su informe 2016 estima en más de  7.000 los cristianos asesinados en el mundo.