En aquellos días: María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: «¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor» (Lc 1,39-45).


En este último domingo de Adviento, el texto a meditar es el de la visita de la Virgen a su prima Isabel. El evangelista, al describir las acciones de María, subraya en ellas movimiento y prontitud: levantarse, ponerse en camino, entrar.  Luego de estos detalles, la atención se concentra en la respuesta de Isabel al saludo de María. Describiendo la salida de María hacia Judea, el evangelista Lucas usa el verbo “anístemi”, que significa “levantarse, ponerse en movimiento con entusiasmo”. Considerando que este verbo se usa en los evangelios parece  indicar la resurrección de Jesús (cf. Mc 8, 31; 9, 9. 31; Lc 24, 7. 46) o acciones materiales que comportan un impulso espiritual (cf. Lc 5, 27-­28; 15, 18. 20), podemos suponer que Lucas, con esta expresión, quiere subrayar el impulso vigoroso que lleva a María, bajo la inspiración del Espíritu Santo, a dar al mundo el Salvador. El texto evangélico refiere, además, que María realiza el viaje "con prontitud" (Lc 1, 39). También la expresión "a la región montañosa" (Lc 1, 39), en el contexto lucano, es mucho más que una simple indicación topográfica, pues permite pensar en el mensajero de la buena nueva descrito en el libro de Isaías: "¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia salvación, que dice a Sión: 'Ya reina tu Dios'!" (Is 52, 7). San Lucas invita a ver en María a la primera “testigo”, que difunde la “buena nueva”, comenzando los viajes misioneros. La dirección del viaje de la Virgen santísima es particularmente significativa: será de Galilea a Judea, como el camino apostólico de Jesús (cf. Lc 9, 51).


El encuentro con Isabel presenta rasgos de un gozoso acontecimiento salvífico, que supera el sentimiento espontáneo de la simpatía familiar. María irrumpe con la alegría de su fe pronta y disponible: "Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel" (Lc 1, 40). Este saludo de ella es sin palabras.  Su sola presencia origina un salto de alegría de Juan Bautista en el seno de su madre Isabel.  El verbo griego “skirtao”, significa: “saltar”, aunque también “danzar”. La alegría del niño en el seno de su madre se expresa con el verbo griego “agalliasis”, que tiene un sentido religioso: es el gozo por la salvación prometida y donada mediante Jesús que se hace danza.  Isabel “exclamó con gran voz”: el verbo empleado aquí es “anafoneo”.  Se trata de un verbo utilizado para aclamaciones de tono litúrgico.  El gozo se hace canto de alabanza. Isabel, proclamándola "bendita entre las mujeres" indica la razón de la bienaventuranza de María en su fe: "¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc 1, 45). La grandeza y la alegría de María tienen origen en el hecho de que ella es la que cree. Su fe se hace éxodo: acudir para servir a quien lo necesita.  La escena de la Visitación muestra cuatro características del estilo de vida de María: ella es capaz de un amor atento, concreto, alegre y tierno.  La atención del amor hace que no espera a ser llamado.  Dice santo Tomás de Aquino que “ubi amor, ibi oculus”: donde hay amor existen ojos que ven.  A esto se une lo concreto del amor. San Ambrosio lo expresaba así: “Nescit tarda molimina Spiritus Sancti gratia”; es decir, “la gracia del Espíritu no tolera tardanzas”.  Además, el amor de María es alegre, ya que no vive sus deberes como obligaciones impuestas por las circunstancias.  En ella todo es gratuidad y generosidad que no conoce cálculos. Amor sin reservas ni condicionamientos. En sus gestos demuestra la ternura del amor que no crea distancias.  La ternura es dar con alegría suscitando gozo en el amado, contagiando libertad y paz. Al acercarse la Nochebuena, que como María sepamos correr para servir a quien necesita de presencias y de gestos.  Tal vez, quienes conocemos que están solos, enfermos o sin sentido ni pasión por la vida. Que como la Virgen sepamos acudir para anunciar a quienes les cuesta creer o se muestran indiferentes, que en Navidad Dios se hace bondad en un Niño al que no hay que temer sino en quien vale la pena confiar sin reservas y sin dudar.