La realidad actual de nuestros hermanos de Venezuela y la defensa que hacen de su sistema de gobierno algunos políticos de Argentina, prende una luz de peligro frente a las redacciones de los diarios y a las editoriales de los medios electrónicos. En ese país se practica la censura más directa y brutal, el exilio de periodistas, el cierre de medios opositores, hostigamiento a colegas extranjeros, interferencia de señales de aire y hasta el extremo del corte de la internet. No obstante esas medidas tan evidentes, ex funcionarios del gobierno anterior en nuestro país han leído, en línea con el dictador Maduro, que se lo hace por patriotismo pese a que el pueblo en las calles, aun a costa de muertes, no esté formando parte de esa "patria". Esas expresiones ponen en claro el destino al que se nos conducía, algo a lo que también colabora la reciente afirmación del ex Jefe de Gabinete Aníbal Fernández, que justificó la falsificación de información como si fuera cosa natural, en el caso de los zócalos apócrifos y editados por la ex Presidente atribuyendo afirmaciones de cuatro colegas de Buenos Aires. El argumento de exigir a la prensa o los periodistas responsabilidades que no tienen, es, por su aparente inocencia, sutil falacia y apelación al afecto que todos debemos a nuestra tierra, el más peligroso y efectivo método de censura. Ese método no tiene siquiera la discreta honorabilidad de poner frente a lectores, escuchas o televidentes, la cara o la firma del censor sino que sugiere que todos aquellos que no coinciden con lo que el gobernante entiende como el bien común, son traidores, especie de espías del extranjero o, por lo menos, servidores de intereses ajenos. Eso da derecho a expulsarlos, cerrarles la boca o hasta matarlos. La práctica de sancionar legislación que establece códigos éticos o morales o esquemas de valores fijos para el ejercicio del periodismo, es decir, códigos de censura explícitos, viene siendo dejada de lado por antipática aunque algunos resabios quedaron en la Ley de Comunicación Audiovisual vigente. En esos escritos, los redactores suponen la existencia de una sociedad ya perfeccionada y a la cual no debe incorporarse ideas nuevas que contradigan esa estructura consolidada. Es traición toda opinión que vaya en contra de su construcción mental, por más que la realidad abofetee con lo contrario. No dejemos de mirar a Venezuela. Así se justifican listas negras de personajes prohibidos y otras aberraciones para la democracia. Cada vez que se exige al periodismo que "sea responsable", aparece el dilema de a cuál esquema de sociedad debe responder o, más aun, a qué tipo de juicios o acciones prestar atención. Hay un caso histórico que aclara las cosas. Siendo Isabel Perón presidente tras la muerte del general, hubo una gran crisis de hiperinflación y se convocó a los líderes sindicales a la residencia presidencial para pedirles prudencia en los reclamos de aumentos salariales. La reunión debía ser íntima pero los asistentes se encontraron, sin esperarlo, con las cámaras de TV y medios que habían sido invitados como forma de presión. Al día siguiente, el diario Crónica, dirigido por Héctor Ricardo García, tuvo la circulación más grande que hasta hoy haya tenido un medio gráfico en Argentina, un millón y medio de ejemplares. ¿Cuál fue la tapa y tema principal? "Susana se fue con Carlos". Susana era Susana Giménez y se la fotografió subiendo al avión para acompañar al campeón de box Carlos Monzón quien defendía el título en Francia frente a Jean Claude Bouttier. Monzón era casado con "la Pelusa" y el romance con Susana se había mantenido hasta ese momento en secreto. Isabel juzgó una ofensa a la patria que ese tema hubiera opacado al que ella consideraba debía ser la noticia del día, su reunión con la CGT. Crónica fue clausurado 30 días. Para el gobierno, la patria estaba detrás de esa reunión. Para el periodista, la noticia estaba en el avión. ¿Cómo podían Susana y Carlos tapar a la Presidente. El periodismo debía ser "responsable".  


Hay cosas que no deben olvidarse por más que hayan pasado. El ex secretario de Comercio, a la sazón de hecho ministro de Economía sin cartera de Cristina, prohibió a los supermercados publicar sus habituales páginas de ofertas en los medios gráficos con la excusa de que ese gasto de publicidad se trasladaría a los precios. Con análoga filosofía multó a las consultoras privadas que publicaban cifras de cotización de valores o inflación distintas a las oficiales del Indec, que él mismo intervino para dibujar las estadísticas. Para este último caso ni siquiera tenía jurisdicción cosa que demostraron posteriores sentencias judiciales. El objetivo era perverso pero, hay que reconocerlo, imaginativo método de censura indirecta restando fondos de genuina facturación a los medios independientes.

Imperdonable que no haya habido frente a esto una condena absoluta de oficialistas, opositores y colegas independientemente de su ideología o pertenencia. Otro intento indirecto ha sido la propaganda dirigida a debilitar a los medios grandes mediante la atomización de la audiencia en medios electrónicos con el pretexto de una "democratización".

La citada Ley de Medios tuvo ese motivo aunque no el éxito previsto. La gente siguió y hasta incrementó la preferencia por los medios tradicionales gracias a que éstos resistieron los embates y, con aciertos y errores, fueron percibidos como auténticos. Un medio de alcance pequeño no puede combatir excesos del Estado, cuyo tamaño y escala únicamente pueden ser equilibrados, y hasta cierto punto, por grandes que puedan volver al medio el fiel de la balanza del poder. Otros métodos son conocidos, como el invento de crisis gremiales, el apriete impositivo como fue la intervención de 200 inspectores en el diario Clarín, el manejo discrecional del dinero público de la pauta publicitaria oficial, la exigencia de una precisión que el periodista no puede dar en las 24 horas que tiene para una crónica, los intentos de colegiación obligatoria para tener a quien intimidar, la restricción de provisión de papel, la discriminación en el otorgamiento de licencias, la interferencia ilegal de teléfonos (ahora más difícil con Whatsapp), los límites que suelen imponerse con la aplicación del derecho a la intimidad y la moderna prohibición en algunos distritos de Europa de publicar hechos que se relacionen con el terrorismo. La única obligación ética del periodismo es la de recoger y distribuir información, de describir el mundo tal cual es. Así de sencillo.