La Iglesia celebra hoy la solemnidad de la Santísima Trinidad. ‘Creo en Dios‘ es la primera afirmación de la profesión de fe y la más fundamental. Todos los artículos del Credo que rezamos en la celebración dominical, dependen del primero, así como los mandamientos son explicitación del primero que dice: ‘Amar a Dios sobre todas las cosas‘. Los demás artículos de la profesión de la fe nos hacen conocer mejor a Dios tal como se reveló progresivamente a los hombres. Creemos en un solo Dios verdadero y tres Personas distintas. El se reveló a su pueblo, Israel, dándole a conocer su Nombre. Éste expresa la esencia, la identidad de la persona y el sentido de su vida. Dios tiene un nombre. No es una fuerza anónima. Comunicar su nombre es darse a conocer a los otros. Es, en cierta manera, comunicarse a sí mismo haciéndose accesible, capaz de ser más íntimamente conocido y de ser invocado personalmente. Dios se reveló progresivamente y bajo diversos nombres a su pueblo, pero la revelación del Nombre Divino, hecha a Moisés en la teofanía de la zarza ardiente, en el umbral del Éxodo y de la Alianza del Sinaí, demostró ser la revelación fundamental tanto para la Antigua como para la Nueva Alianza. ‘Moisés dijo a Dios: Cuándo me pregunten cuál es tu nombre, ¿qué les responderé? Dijo Dios: Yo soy el que soy‘ (Ex 3,5-6). Dios trasciende el mundo y la historia. Él es quien ha hecho el cielo y la tierra: ‘Ellos perecen, pero tú quedas, todos ellos como la ropa se desgastan, pero tú eres siempre el mismo, no tienen fin tus años‘ (Sal 102,27-28). En El ‘no hay cambios ni sombras de variaciones‘ (St 1,17). 

Siguiendo a la tradición apostólica, la Iglesia confesó en el año 325 en el primer Concilio Ecuménico de Nicea que el Hijo es ‘consubstancial‘ al Padre, es decir, un solo Dios con él. El segundo Concilio Ecuménico, reunido en Constantinopla en el año 381, conservó esta expresión en su formulación del Credo de Nicea y confesó ‘al Hijo Único de Dios, engendrado del Padre antes de todos los siglos, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado, consubstancial al Padre‘. La fe apostólica relativa al Espíritu Santo fue confesada por el Concilio de Constantinopla: ‘Creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, y que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria‘. Los cristianos creemos que Dios es trino porque creemos que Dios es amor. Si Dios es amor debe amar a alguien. No existe un amor al vacío, sin dirigirlo a nadie. Dios es amor en sí mismo, antes del tiempo, porque desde siempre tiene en sí mismo un Hijo, a quien ama con amor infinito, que es el Espíritu Santo. En todo amor hay tres realidades o sujetos: uno que ama, uno que es amado y el amor que les une. La Trinidad es comunión de Personas divinas: una ‘con‘ la otra, una ‘para‘ la otra, una ‘en‘ la otra. Allí donde Dios es concebido como poder absoluto, no existe necesidad de más personas, porque el poder puede ejercerlo uno solo; no así si Dios es concebido como amor absoluto. La teología se ha servido del término ‘naturaleza‘ o ‘sustancia‘, para indicar en Dios la unidad, y del término ‘persona‘ para indicar la distinción. Por esto decimos que nuestro Dios es un Dios único en tres personas. La contemplación de la Trinidad puede tener un valioso ejemplo a aplicar en nuestras vidas. Es un misterio de relación. Lo que hace bella, libre y gratificante una relación es el amor en sus diferentes expresiones. Aquí se ve cuán importante es que se contemple a Dios ante todo como amor, no como poder: el amor dona y el poder domina. Lo que contamina una relación es querer dominar al otro, poseerle e instrumentalizarlo. Dios no es en sí mismo soledad sino comunión. ‘En el principio‘ Dios dice ‘Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza‘ (Gen 1,26). El hombre ha sido creado a imagen de la Trinidad. La relación es el corazón de Dios y del hombre. Esta es la razón por la cual la soledad nos pesa y, además, porque va contra la misma naturaleza humana. Es que, cuando amamos o encontramos amigos, experimentamos plenitud de vocación. Al inicio del evangelio de Juan se anuncia: ‘Dios ha amado tanto al mundo que donó a su propio Hijo‘ (Jn 3,16). En el evangelio el verbo ‘amar‘ se traduce siempre con otro verbo concreto: el verbo ‘dar‘. Amar equivale a donar. El corazón se expresa en manos que se ofrecen. Si nos preguntan: ‘tú, cristiano, ¿en qué crees?‘. La respuesta espontánea es: ‘creo en Dios Padre, en Jesús crucificado y resucitado, en la Iglesiaà‘. San Juan da una respuesta distinta: el cristiano cree en el Amor. Por eso cree en Dios, ya que sólo el Amor es digno de fe.