En esta semana en que, como todos los años, se celebró el Día Internacional de la Mujer, vendría bien recordar algunos hechos históricos. La fecha representa la lucha de las mujeres trabajadoras, proletarias, campesinas por obtener derechos políticos y laborales a igualdad con los hombres. A finales del siglo 19 y principios del siglo 20 hubo distintas organizaciones en distintas ciudades del mundo casi todas emparentadas con las ideas revolucionarias de la época, socialistas, comunistas y algunas simplemente ‘sufragistas‘, es decir que pedían solo el voto femenino. Las fechas eran distintas en los diferentes países hasta que en el año 1923, a instancias de la que podría ser considerada la primera feminista, Alexandra Kollontái, se unificó en el 8 de marzo (23 de febrero en el calendario ruso) fecha en que las mujeres de su país salieron en masa a las calles pidiendo ‘pan para los niños y el regreso de sus hombres de las trincheras‘. Estaba ocurriendo la post Primera Guerra Mundial y el hambre golpeaba los hogares. No eran en esa época trabajadoras industriales sino principalmente campesinas.

La máxima de Alberdi ‘gobernar es poblar‘ sigue estando vigente.


Así tenemos que los lemas fundantes de aquél movimiento fueron en definitiva ‘pan y paz‘. Pero también había militantes en la causa del socialismo, que había empezado a echar raíces cada vez más fuertes en la ex Rusia zarista. Se comenzaba a producir el choque económico interno a occidente sobre la forma de distribuir los bienes entre capitalismo y comunismo y algunas mujeres, cuya representante más peleadora fue precisamente Kollontái, intentaron introducir principios liberales en la relación entre sexos pero con una finalidad comprensible: lo primero era la revolución. La unión con el sexo opuesto se debía realizar al pasar, como una preocupación entre otras, para satisfacer una necesidad puramente biológica de la que se debía escapar rápido para que no interrumpiera la actividad principal, la revolución. En busca de la construcción de la ‘dictadura del proletariado‘, prevalecía una permanente atmósfera de combate que se extendería a todo el planeta en los próximos 80 años hasta la caída del Muro de Berlín y que, al menos en la mente de ese grupo activo, no admitía compromisos familiares. Los hechos no acompañaron ese idealismo, tanto en la Unión Soviética como en otros países socialistas, nuestra Cuba por ejemplo, se mantuvieron como hasta ahora el amor exclusivo, que la vida en pareja sea conyugal, en unión libre o reconstruida y la estructura tradicional de la familia. Para decirlo en términos llanos, la pretensión de trasformar esa parte básica del cimiento social patrocinando el amor libre y el aborto, este último como consecuencia probable de relaciones casuales, fue un fracaso. Si bien existen razones de todo tipo, demográficas, biológicas, morales para oponerse al aborto, hay una que golpea muy fuerte: la ética. Aquellas mujeres perseguían un ideal que consideraban superior, la construcción del comunismo y la revolución y ese ideal, del mismo modo en que los padres de nuestra patria abandonaron la calidez de su vida civil para tomar las armas por la independencia, justificó conductas que no serían continuadas en épocas normales. Quienes están saliendo ahora en nuestro país pidiendo el aborto, ni son trabajadoras militantes de una causa, ni campesinas agobiadas por la opresión de un régimen sino más bien típicas burguesas que intentan desprenderse de las consecuencias no deseadas de unos tragos un sábado a la noche. Algunas no hablan desde el concepto sino desde la experiencia. Ya han abortado y esperan que una ley les quite de encima el peso moral del delito. Otra absurda es la razón demográfica: Un país extenso y mayormente baldío que admitiría 10 veces más habitantes de los actuales sin que a ninguno le faltara un plato de comida, se enfrenta al absurdo de legislar la reducción de su población para que los jóvenes puedan divertirse a gusto y sin responsabilidad. Desde el punto de vista meramente económico, nos faltan consumidores en época en que los principales bienes de intercambio no requieren de recursos naturales sino solamente de la inteligencia.

Nada en esta discusión tiene sentido más que la banalidad y el aliento a la falta de compromiso con su sociedad y la patria de las actuales y futuras generaciones. El extremo ha quedado para el argumento de los Derechos Humanos. No hay forma de explicar cómo puede haber un derecho que no pueda ser ejercido por algún sujeto. Si se elimina al sujeto ¿cuál sería el sentido de algún derecho? ¿Derecho de quién? Es claro que todo derecho necesita de una persona que lo reclame, por tanto, antes que el derecho está la vida. ¿Qué clase de progresismo intelectual es el que intenta subvertir el viejo principio ‘no matarás‘? No matarás no es un imperativo religioso, es la norma que nos separa como humanos dentro del género animal, una convención resultado de la experiencia tribal que ha permitido desarrollar el mundo que tenemos. Una canción de Tarragó Ros nos da una síntesis sencilla ‘la vida y la libertad‘, en ese orden. Si lográramos completar la tríada con la PAZ, estaríamos cerca del mundo perfecto. 

Publicada en Edición Impresa el 11/03/2018.