Por Gabriel Aravena Rodríguez (*)


"Alguna vez escuchamos la frase "nadie ama lo que no conoce". No podríamos amar y ser amados con justicia sin esta condición de verdad..." 



La expresión "posverdad" se ha instalado en el discurso cotidiano en referencia hacia aquella configuración de la realidad que está más allá de los hechos concretos, probablemente en oposición al radical cientificismo iniciado en el siglo XIX o ante las corrientes filosóficas que propusieron la "vuelta a los fenómenos" de inicios del siglo XX. Este estado de posverdad nos sitúa en una circunstancia en la que los hechos objetivos serían menos valorados que las emociones y las creencias personales. Trasciende la clásica definición de verdad como la conformidad de los pensamientos con la realidad. Es decir, "lo que siento" determina "lo que pienso", convirtiéndose en una "verdad" asumida, incluso públicamente. Esta dinámica presupone una actitud de indiferencia a la "verdad" de los hechos, y una disposición a acoger la "verdad" de las emociones. Es un paso constante entre el "yo siento" y el "yo pienso", al "queremos" o "pensamos" como sociedad.
La dificultad que podemos vislumbrar radica en que deberíamos asumir que también nuestras relaciones estarían constantemente delimitadas por esta verdad construida. No necesariamente, una verdad construida es una mentira, pero esto tiene sus riesgos. Entendemos que tal "verdad" configura la base de la convivencia, establece nuevas creencias, y aspiraciones, por las que se toman decisiones renunciando a enfrentarnos con la realidad objetiva de los hechos.


Sabemos que existe un vínculo estrecho entre verdad y amor. Alguna vez escuchamos la frase "nadie ama lo que no conoce". No podríamos amar y ser amados con justicia sin esta condición de verdad. Nadie conscientemente quiere vivir en el error o en la falsedad pero, paradójicamente, aceptamos vivir en la posverdad. ¿Qué hacemos entonces con la fuerza que nos mueve a comprometernos con las personas y que constituye la sustancia de nuestras relaciones? ¿Cómo se entiende el amor en este contexto?


El papa Benedicto XVI, en su carta Caritas in veritatis, reconoce este vínculo verdad-amor. Dice que sin verdad, el amor cae en mero sentimentalismo, se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente siendo presa de las emociones y las opiniones contingentes, relegado a un ámbito de relaciones reducido y privado, excluido de los proyectos y procesos para construir un desarrollo humano de alcance universal (cfr. nº 3). Esta eventualidad nos deja ante una panorama ambiguo de relaciones de desconfianza y sospecha, de inseguridades y decisiones inestables, de políticas fortuitas y de una convivencia social sujeta mayoritariamente las situaciones personales, sin responsabilidad social, y cuya actuación pública se deja a favor de intereses privados y de lógicas de poder disgregadoras de la sociedad (cfr. nº 5).


Amar es querer el bien y trabajar eficazmente por él. Así se configura el bien de "todos nosotros": el bien común. Esta situación de posverdad desdibuja la dimensión comunitaria del amor, del bien, de la justicia, y ficciona la autenticidad de las relaciones personales y comunitarias, lo convierte en una especie de amor continuamente desenmarcado y contingente, en "pos-amor". Si queremos evitar vivir en tal inestabilidad pero no logramos prescindir de este escenario de posverdad, ya que implica la voluntad propia y la ajena, podemos optar por asumir y sostener el compromiso de un diálogo auténtico que propicie la comunicación y la comunión para poder transitar del yo al nosotros en justicia y paz.

(*) Doctor en Filosofía.