Señor director: 


Quiero contar una historia, que por tener "secretos de familia'', no daré el porqué. Pero si lo trascendente e interesante del relato, que hace a la historia de un San Juan de hace más de cien años. Esta historia tiene como actores a mi bisabuelo y mi tío abuelo. El primero, don José Acosta y segundo, don Celio Acosta Díaz, (hijo de doña Clara Díaz) oriundos y caracterizados vecinos de la antigua Jáchal. Eran arrieros de profesión. Se encargaban de trasladar ganado a Chile de un hacendado jachallero de apellido Zapata. También se llevaba fruta disecada y algunos vinos, agregando al ganado venido desde Córdoba. El arriero trasandino era el que llevaba ganado a Chile, utilizando la ruta de Agua Negra. Viajes que se hacían al comenzar la primavera por razones climáticas.  


Según mi abuela, Rosa Acosta Díaz (hija de don José) quien nos contaba sobre la profesión de su padre y el sufrimiento de su madre, estos viajes nunca duraban menos de tres meses, (por ahí viene el secreto). 
La misión de Celio era transitar la ruta a moderada distancia del grueso de los arrieros, por ser el más joven con apenas 17 años. Montaba la yegua madrina para inspeccionar el camino. Se le decía "El peón de la punta''. 


Por lo general eran de 15 a 20 arrieros los que trasladaban el ganado. Conocedores y acostumbrados de estas travesías, a la ruta, al clima, los preparativos debían de tenerse muy en cuenta. Llevaban ponchos muy largos que debían taparle las rodillas, por el frío. Eran confeccionados en lanas de vicuñas y ovejas, ahí, en Jáchal. Los panes, el charqui, el vino, la yerba mate, eran parte importante para el viaje. Mercadería que mi bisabuela debía proporcionar calculando el tiempo de ida, porque de regreso se proveían en Chile. La guitarra nunca faltaba. El agua era llevada por mulas en grandes vasijas de cada lado de su lomo, no obstante que en el camino habían muchos ríos de aguas dulces. 


Esta profesión que abrió rutas comerciales, porque también se hacían a otros países, hoy se hace en camiones, trenes, y vía aérea. Les deben a los arrieros el comienzo de un progreso que une a toda América como hormigas con sus cargas. 


Visto a más de cien años, y según relatos de mi abuela, ser arriero era una profesión más, quizás la más sacrificada, la que producía largas ausencias y que sólo se realizaba una vez al año. Se viajaba en septiembre y se regresaba en diciembre, siempre antes de Navidad. 


El cruce de los Andes, tuvo muchos protagonistas, los arrieros primeros, San Martín después y los automóviles hoy.