Cuando el sistema bancario puso en marcha los cajeros automáticos, décadas atrás, para agilizar los servicios al cliente, seguramente no pensó que el ritmo vertiginoso de los años posteriores iría desvirtuando el real objetivo de estas frías máquinas, que ahora soportan el enorme peso de la bancarización masiva y por ende quedan fuera de servicio con demasiada frecuencia.

Los afectados han corrido en estos últimos tiempos una suerte de maratón para conseguir cajeros automáticos operativos, como se observó para las fiestas de fin de año, por la gran escasez de circulante, y las largas colas se vuelven a repetir con puntualidad cada vez que los usuarios reciben asignaciones de diversa índole, en particular remuneraciones y planes sociales.

Entre el sistema caído, la falta de efectivo, y la lenta provisión de estos instrumentos hijos del siglo XX, más todavía en los departamentos alejados, se observa la extensa fila de jubilados, de madres con hijos pequeños y de gente común que por necesidad enfrenta el calor agobiante en una espera interminable con aristas de resignación.

El problema de los cajeros automáticos se plantea en todo el país y las entidades bancarias, oficiales y privadas, deberán dar respuesta a los reclamos de los clientes, implementando soluciones estructurales, de las que no está exento de responsabilidades el propio Gobierno nacional que ha resuelto, a través de los cajeros automáticos, la canalización de las políticas sociales.

La mecanización bancaria de los pagos, en diferentes lugares, las 24 horas del día, sigue siendo un sistema insustituible para comodidad de la población, sólo que se debe optimizar ampliándola para bien de todos.