Desde mediados de la década del noventa, cuando se extendió con fuerza en el mundo la idea del Estado Mínimo en contraposición al estado Máximo cuyo fracaso había quedado demostrado con la desaparición de la Unión Soviética, se instaló el debate sobre dos tipos de Estado: el Árbitro que debe regular las relaciones entre los particulares y el Protector, derivado del llamado "Estado de Bienestar" de la Europa setentista. El Árbitro no toca la pelota, garantiza que se respetarán las reglas del juego que él tampoco diseña, sólo las hace aplicar; el Estado Protector participa activamente favoreciendo a veces a unos con planes de asistencia o a otros otorgando subsidios, es decir, es protagonista del resultado. Hay cultores de ambas ideas sin que se haya encontrado un punto de equilibrio que evite el peligro de "la libertad para morirse de hambre" o, por el contrario, el peligro de restringir "por la causa del pueblo" las libertades esenciales. Nuestra modernidad ha demostrado con hechos concretos que la libertad también es garante del ascenso social, a veces muy rápido. Muchos ricos han dejado de serlo por indolencia y porque los cambios de modos de producción han sido decisivos. Del otro lado, muchas personas de baja condición inicial han pasado a ser multimillonarios con el sólo uso de su inteligencia. Fuera de esta discusión, nuestra rara pandemia con 100 días de aislamiento está conduciendo al predominio del Estado Protector, aquél que supone que cualquier cosa es válida siempre que se la dibuje de amparo a la sociedad. Leopoldo Marechal en Adán Buenosayres o las amenazas advertidas por autores de ciencia ficción quienes sospechaban de la naciente tecnología como facilitadora del control del libre albedrío. De estos últimos nos ocuparemos en las siguientes líneas.

1984 de George Orwell. Publicada en 1949, esta novela imagina al mundo dividido en tres grandes zonas, Oceanía, Europa del Este y Eurasia. Estas sociedades, aun con algunas diferencias, tenían sistemas de gobierno parecidos en los que lideraba una minoría de apenas el 2% incluyendo a otro partido que estaba siempre sometido al primero y que contaba con el 13% de la gente. El 85% restante era considerado incapaz intelectual, materialmente pobre y en consecuencia sujeto de una vigilancia permanente y omnipresente representada en la figura de un Gran Hermano. Cámaras interactivas mediante, GH podía controlar y a la vez dar instrucciones o corregir a los parias, llamados igual que la clase baja de la India. Esa vigilancia no era considerada opresión sino beneficio para el conjunto. Se premiaba la delación del infractor si es que algo hubiera escapado a la vigilancia. Cualquier similitud con la situación actual es pura coincidencia.

El Peatón, de Ray Bradbury. Incluido como un cuento de la serie Las doradas manzanas del sol de 1953, muestra a un ciudadano que gusta caminar de noche sin destino práctico, sólo para escuchar el crujido de las hojas de otoño o sentir el suave aire en la cara. Todos sus congéneres están encerrados en sus departamentos mirando la tele y esa luz celeste se proyecta como un resplandor hacia la calle. De repente, desde un patrullero sin ocupantes, una voz metálica lo detiene y pregunta sobre su actitud. Sin respuesta satisfactoria, el peatón es invitado a ascender al vehículo para ser trasladado a un hospicio psiquiátrico donde será tratado para corregir sus "conductas regresivas". Si a alguien se le ocurre algo parecido a la amenaza del aviso de la Corte de Justicia de San Juan de meter presos y quitar visas a los rebeldes de circular en el sentido de las agujas del reloj, también es pura coincidencia narrativa.

El hombre invisible, H.G. Wells 1949. Un científico descubre el método para que el cuerpo humano modifique su índice refractario de modo que ni refleje ni absorba la luz, por tanto será invisible a los demás. Para poder desplazarse, deberá cubrir su cabeza con un sombrero, sus ojos con gafas, el resto del rostro con vendas (no existía el concepto de "cubrebocas") y el cuerpo con vestimenta como modo de que su figura dejara de ser transparente. Exactamente como andamos ahora disfrazados por la calle hasta para entrar a los bancos a pedir plata. Otra vez la realidad supera a la ficción. Salvando en caso del hombre invisible, todas las otras historias son metáforas de crítica a la cesión de superpoderes al Estado. En nuestro caso, hay medidas justificadas por la excepción que tienden a consolidarse cuando se las integra de modo permanente como "nueva normalidad". Pedir autorización para salir, andar mostrando el DNI por todos lados, que nos fijen horarios según la edad, inscribir una lista para ver con quiénes vamos al club, son medidas que nunca podrán ser tomadas como "normales" sino más como invasiones a nuestra privacidad. Una "cuarentena" de 100 días en la nación tampoco tiene nada de normal.