Hace 447 años, Juan Jufré de Loayza y Montesa, fundaba San Juan de la Frontera en nombre de Francisco de Villagra, Capitán General de los Reinos de Chile y de su Majestad el Rey Felipe II de España.
A partir de ese momento, la historia nos muestra signos de adversidad pero también la pasión de nuestros antepasados para demostrar que en la adversidad las personas se salvan por la esperanza. En 1593, a 31 años de la fundación, una crecida arrasó el caserío, por lo cual se decidió trasladar la ciudad 25 cuadras al sur. Se trazó de nuevo la Plaza Mayor y a su alrededor comenzó a crecer nuevamente San Juan. Medio siglo después, un memorándum del oidor de la Real Audiencia de Chile informó al Rey que la ciudad de San Juan consta de 23 casas y una Iglesia. El peligro de la despoblación era un temor fundado, pero en 1770, los habitantes ya eran 7000. En 1833 el río volvió a arrasar la ciudad, pero cuando las aguas volvieron a su cauce, los pobladores reconstruyeron sus casas y comenzaron de nuevo sus labranzas.
En 1875 la ciudad ya tenía 135 manzanas, pero el 27 de octubre de 1894, en plena siesta, un terremoto sorprendió a los sanjuaninos que habían aprendido a temer más al agua que a la tierra. Otro terremoto, el del 15 de enero de 1944, fue probablemente la mayor tragedia argentina del siglo XX: 10.000 muertos, una cifra aún mayor de heridos, y la ciudad destruida. El 23 de noviembre de 1977, otra vez las fuerzas telúricas sacudieron a San Juan. Frente a la adversidad de la naturaleza, los sanjuaninos la superaron con tenacidad y esperanza. Una lección que debemos aprender para encarar la tarea cotidiana, de modo que San Juan no sea sólo un lugar geográfico, sino una provincia.
Cuando los romanos salían a conquistar tierras decían que debían estar unidos entre todos "pro-vincere", es decir, "para vencer". Quienes habitaron desde 1562 estas tierras, aprendieron que la concordia les permitiría subyugar las contrariedades. Tomaron conciencia que viviendo la unidad se podía alcanzar la victoria. Cada aniversario de la fundación tendría que ser una ocasión para volver a descubrir que para crecer, una comunidad necesita no fragmentarse en intereses corporativos, sino buscar que el bien común triunfe sobre el egoísmo, haciendo brillar la solidaridad. Se ha concretado el ideal sarmientino de la gran minería que soñó el prócer y nos abre un camino de grandeza insospechada.
Para Jean Paul Sartre no importaba lo que las circunstancias habían hecho con el hombre, sino lo que el hombre aprovechaba de lo que había vivido por las circunstancias. Ese es nuestro futuro.
