La desigualdad en el mundo marca a generaciones enteras con la peor de las experiencias.


El corazón del ser humano ha perdido pulso; y, apenas sentimos por nada ni por nadie, se ha endurecido como una roca, y solo nos movemos para darnos pedradas unos a otros. Deshumanizados como jamás todo se derrumba, muy poco se sostiene y se sustenta.


El mismo aire de rencor, que respiramos po

r doquier, es una deshumanización total y una pérdida de conciencia a la vez, nuestra brújula orientativa ha dejado de ser el mejor cuadrante moral que poseemos. Justamente, hemos de reconocer que andamos ciegos, disipamos lo conseguido hasta ahora, y hasta el buen ser del alma se pone en entredicho, siendo nuestro mayor tesoro. Convertidos en pedestales, dominados por la furia del dinero, también hemos perdido los sentimientos. No obviemos, que todo pasa factura, también el infortunio, el aislamiento, el abandono y la exclusión son campos de acción que tienen su reacción y, al fin, sus mártires y sus héroes. Arranquemos las espinas, pero ayudémonos todos a sobrellevar el calvario, y el linaje saldrá fortalecido.


Sin embargo, el empeño de los dominadores es bien claro, adormecernos y luego abandonarnos a nuestra suerte. Lo indecente y corrupto es lo que prolifera en este injusto mundo, desbordado por las maldades y retenido por la indiferencia de sus actuales moradores. Atrofiado nuestro interior, lo esencial se torna invisible a nuestros ojos, y no vemos o no queremos ver, la triste situación que nos circunda. Las torpezas reinantes confieso que me producen indigestión. Resulta que ahora, una mentalidad burocrática permite a las autoridades eludir su responsabilidad en la erradicación de la pobreza y valora más el formalismo que el bienestar de las personas, acaba de asegurarlo un experto de la ONU en derechos humanos. También se ha mundializado la percepción de una distribución injusta de la riqueza. Desde luego, si cultivásemos más el corazón, nadie se sentiría abandonado y la fuente de la vida, tendría otros aromas más esperanzadores y vivificantes para toda la especie.


Realmente, el espíritu inclusivo comienza por uno mismo. Los abandonados llaman a nuestra puerta cada día, y nos piden otras actitudes más justas, que nos armonicen. Ya está bien de sentirnos dejados por las manos de nuestros semejantes. Así no podemos avanzar. Únicamente la autonomía que se somete a lo auténtico conduce a la persona humana a su verdadero bien. No lo olvidemos. Por tanto, el escenario de los conflictos armados, el desigual reparto de recursos, la discriminación de género, lo que nos indican es un cúmulo de maldades, un desinterés del propio individuo por sus similares, comenzando por los gobernantes, que no suelen llevar a buen término aquello que predican a todos los vientos, al menos para ganar votos. ¡Cuántas falsedades vertidas! Ciertamente, vamos inmersos en la continua paradoja de la necedad. Mientras en una parte del mundo, aquellos que diariamente multiplican sus deseos, derrochan millones de toneladas de alimentos, en otra parte sufren hambre. Son, precisamente, estas contrariedades las que nos ahogan nuestras propias entrañas, dejándonos sin sensibilidad alguna para entenderlo y hablarlo.