"Eran humanos, no héroes'', tal el título de un ya célebre libro de Graciela Fernández Meijide que volvió a caer a mis manos. A pesar de que su hijo Pablo, de 17 años, desaparecido, fue arrancado de su hogar, para siempre, por un pelotón policial, realiza en su obra una crítica descarnada a la violencia de los 70 y al sentido épico que algunos han dado a la acción de la guerrilla y a esa militancia. 


Eran humanos, remarca, y como tales más cerca de las pasiones del hombre común que de los idealizaciones de la idolatría. ¿Los condena? No es el caso; los coloca en el lugar de los seres humanos, pasionales o calmos, idealistas o escépticos, creyentes o agnósticos.


Sigue habiendo en este tema una asignatura pendiente en nuestro país. Esta visión equidistante de la madre de un desaparecido es de valor, porque ella integró la Comisión que investigó los crímenes de la dictadura y que concluyera con el famoso informe Nunca Más. 


Un silencio que hace ruidos extraños impide colocar en su lugar aquellas quimeras y -entre otras cosas- rescatar el sueño de jóvenes que pretendían un país más igualitario, pero condenar terminantemente los métodos violentos de algunos para lograrlo. De lo contrario, estaríamos legitimando y de algún modo alentando, alguna aventura similar. El Nunca Más debe volver a prevalecer como fue concebido, renovando una contundente condena a la violencia en general.


Habrá siempre contextos que nos separen hasta la médula, si no apartamos historias rengas en lugar de intentar (al menos) una visión integral de verdad y justicia. En algún momento puede parársenos enfrente, asaltarnos una realidad que puede explotar como hoguera, si persiste la resistencia a ser analizada con la debida distancia de las pasiones, válidas como atributos del ser humano, nocivas a la verdad.


No es razonable la justificación de la búsqueda del bien común a cualquier costo, mucho menos si el costo está subido al dolor o la muerte. Las utopías no se sostienen en unas manos que en algún rincón del alma, en algún momento de la historia, pueden descubrirse ensangrentadas. La legítima condena a las masacres de la última dictadura militar, no puede justificar utopías de ojos cerrados. No es lícito ni ético separar entre sangre injusta y sangre justa. Mientras esto ocurra, mientras no haya un debido y saludable equilibrio en la comprensión de nuestros dramas, seguiremos heridos en alguna aventura del corazón.


"...Un silencio que hace ruidos extraños impide colocar en su lugar aquellas quimeras y rescatar el sueño de jóvenes que pretendían un país más igualitario...''