"...llega como casualmente a mis manos una foto de mi madre donde sonríe y de su sonrisa...discurren como arroyuelos los días mejores.'' 

Hace unos años, un 14 de mayo mi madre se iba fundar una de las mayores ausencias. En el momento más duro, un amigo me pasa su brazo sobre el hombro y me dice que, para él, es imposible describir la ausencia de una madre. Mientras transcurren los días casi vacíos, comienzo a darme cuenta de que tiene razón. "Casi'' vacíos, porque la vida sigue y junto a nosotros quedan muchos corazones de familiares que ayudan a compartir y sobrellevar la pérdida.


Las cosas se acomodan al modo del pecho y sus sentimientos. Es posible que sea por eso que llega como casualmente a mis manos una foto de mi madre donde sonríe y de su sonrisa abarcadora discurren como arroyuelos los días mejores. 


Aproximadamente a las 7 y media de la tarde de un otoño dorado, luego de finalizar la jornada de la secundaria, sediento de hogar, como si hubiera estado ausente un siglo. Siempre me ocurre eso. El encuentro con las cosas entrañables que se acumulan -sueño tras sueño, suceso tras suceso- en la casa, me hace feliz. Estoy sintiendo el perfume de las tostadas con miel y el chasquido de los libros depositados apresuradamente sobre la mesa. Cuando las sombras comienzan a llegar, me voy con los textos al parque que tengo a dos cuadras y bajo un lánguido farolito leo para mañana que Evaristo Carriego nació en Paraná y fue con el tiempo un poeta muy requerido por el tango. Tomo sin muchas ganas otro libro, el de matemáticas, y al final retorno al dominio de los poetas, donde me siendo como en morada propia.


Los cuervos de las sombras han caído sobre la canchita y nosotros seguimos persiguiendo la de goma, que ayer fue de trapo (medias rellenas y anudadas). Mi madre sale a la calle y pega dos o tres gritos que nos cuesta escuchar, empecinados como estamos en hacer "el último gol gana''. Uno de los muchachos pateó muy fuerte y la castigada bola de estirado látex se ha perdido. No hay caso. Mañana temprano habrá que venir a rescatarla.


Ya somos hombre. Aún no amanece y ya sabemos que quien nos dio vida se ha ido al viento a cosechar ternuras e inventarnos lágrimas, puntazos de pequeñas brumas que se cuelan en todos los costados. Metida en tu mundo, jamás tan bella, emparentada con un sol azul o una orquídea de música, estabas, Yeya, en el último tramo de esos días, camino a algo puro, ya con el celeste en todo. Varias veces te miré los silencios forzosos y en esos instantes te encontré más bulliciosa y presente que nunca, acariciándome con el alcanfor y los llantos de la niñez, con el viento de tu vestidito simple, con ese firmamento de tu ademán inalcanzable. No es que hubieras elegido el mutismo por respuesta. Desde la hermosura de tus días postreros me colmas con el regalo rumoroso de tu vida cumplida.