Hace sesenta y tres años, la humanidad vivía un punto de inflexión. Hay un antes y un después de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Es ciertamente inspiradora la capacidad de los países para construir, a partir de la cooperación y del esfuerzo multilateral, un destino colectivo que tenga como punto de referencia y expresión de futuro, el que ningún ser humano sea jamás privado de la libertad y de la dignidad.

La Declaración de la ONU fue un salto vital en el camino del progreso. Pero, como en todo camino que vale la pena recorrer, cada paso implica un esfuerzo. El mundo enfrentó horrores hasta entonces inimaginables durante la II Guerra Mundial antes de que sus líderes estuvieran dispuestos a comprometerse de modo pleno con la defensa de la vida humana, sin distinción de raza, sexo, idioma, religión o cualquier otro tipo de diferencia. Su novedad histórica reside en que la Declaración de los Derechos Humanos puede ser considerada el documento fundador de la globalización.

No podemos dejar de recordar al ex presidente estadounidense Franklin Roosevelt que, en medio del drama de la guerra, delineó el espíritu del texto. En su discurso ante el Congreso del 6 de enero de 1941, Roosevelt enumeró las cuatro libertades fundamentales: la libertad de la palabra y expresión, la libertad de religión y culto, la libertad de no sufrir necesidad extrema y la libertad de no ser víctima del miedo. En cada punto, Roosevelt enfatizaba, que esas libertades deberían regir "en cada rincón del mundo".

Su llamado no era una utopía para el futuro lejano, sino un objetivo que él pensaba que podría ser logrado por su generación. Y ocurrió que, gracias al liderazgo inspirador de su esposa, Eleanor Roosevelt, y de muchos otros, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el 10 de diciembre de 1948. Realizar el sueño que ésta postula, es una tarea de gran magnitud. El carácter universal del desafío radica en comprender que son más las cosas que nos unen como seres humanos que las que nos separan.

Al celebrar hoy el Día de los Derechos Humanos, está claro que se han logrado avances significativos. Pero la naturaleza progresista de los derechos humanos nos obliga a renovar el compromiso para continuar fortaleciendo las democracias y, como dice la Convención Americana de Derechos Humanos, realizar el ideal del ser humano libre, exento del temor y de la miseria.