Con la luz del sol llega el calor, las ropas de playa, los veleros, las mareas envueltas de azul marino, verde perla, helados, y la nieve que se derrite por doquier. En cambio, los días grises del invierno suelen ser duros, arduos, y por momentos aburridos. En la cordillera, distante a la capital, la vida es ardua, y la nieve se mezcla de felicidad y también de frustración. La nevada es alegría cuando atrae turistas, pero también es desdicha, cuando las inclemencias del tiempo sacuden las ilusiones. En tiempos de vacas flacas, pandemia, bolsillos estrechos, recursos escasos y costosos por la situación ambiental cambiante para la mayoría, la felicidad también consiste en realizar la vocación personal. Ese llamado a la vida que los jóvenes piden a gritos en un tiempo sin limites y exitista. Al respecto, el sálvese quien pueda no vale más, sino dejar de lado el individualismo para poder proyectar en conjunto. 


Precisamente, la fortuna también va unida a las inclemencias del tiempo, cuando ser feliz es ser próspero, pero no solo en términos de éxito monetario, sino cuando se logra felicidad plena, expresados en vitalidad de salud, amistad y oportunidad para salir adelante. La felicidad pasa por la posibilidad laboral de obreros en las fábricas con el auge de la tecnología a futuro, que son los que entran ahora en las universidades del mundo. El conocimiento es capital y poder para el universo tecno que se viene. El cuidado del medio ambiente es clave en estos tiempos, para impedir en "el desarrollismo tecno del S. XXI", una catástrofe ambiental que impida la capacidad de proyectar ideas a futuro.

El universo oscila ante el desafío de un nuevo paradigma, entre las posibilidades humanas, y las capacidades reales de recursos materiales que pueda dar el planeta.

Momentáneamente, el ser humano debería conjugar la real capacidad de su inteligencia emocional para superarse, y el avance tecnológico material permanente en el auge del internet. Es decir, la felicidad plena implicaría el tener un trabajo digno, sentirse bien acompañado por los demás, y no el drogarse de escape. Oportunamente, el desesperarse y forzar las cosas naturales llevan al quiebre y la desilusión. La felicidad implica ser fiel a los principios o ideas personales en busca del bien común, porque el perseguir fines personales lleva a la infelicidad del individualismo. Y, las ideologías, ya no tienen que ver con las diferencias de ideas en estos tiempos solamente, sino en el proyectar a futuro, tanto en lo personal, familiar y grupal.


Al respecto, todos los errores y todas las locuras ideológicas han consistido en negar esta realidad de que el hombre es un misterio para sí mismo, y que nunca se sabe como responderá en situaciones límites. Al respeto, para Kierkegaard (filósofo 1813-1855), la resignación infinita es simple porque constituye un estado anterior a la fe, deseo o esperanza, basada en el absurdo. No obstante, "las reflexiones de Nietzsche (1844-1900), y de Sartre (1905-1980) no pasan de ser oscuras paradojas de literatos que vuelven de una búsqueda infructuosa de las profundidades de la felicidad de la naturaleza humana". Spinoza (1632-1677), auguró que las armas no conquistan las mentes. El ver a un argumento como ideal y ponernos a merced de él con la ilusión por llegar, o el aceptar que no hay otra salida, en ocasiones, constituyen victoriosas derrotas. Vivir de malestar en malestar es vivir en resignación, que su única recomendación es su familiaridad, la sumisión, lo minúsculo y la infelicidad. Y, la felicidad es cuestión de vivir resignado sumiso al miedo, o el proyectar felicidad de ser uno mismo. 

Por Diego Romero
Periodista, filósofo y escritor