Un nuevo llamado al Ecumenismo mundial ha efectuado recientemente el Papa Benedicto XVI. Se trata de crear un clima de fraternidad no como una palabra abstracta perdida en la retórica de vocablos sin sentido sino como el ejercicio verdadero de una comunión eucarística entre Occidente y Oriente. Es decir, entre los católicos y los ortodoxos como así también un encuentro de paz y conciliación con los pueblos hebraicos en la defensa de la fe y los valores más alto: la vida y la familia.

Este llamado del Papa no cae en el vacío, pues ha germinado en los corazones de los grandes líderes religiosos del mundo que se sienten convocados por el Sumo Pontífice para lograr un camino de tolerancia en la preservación de un orden terrenal que lleve al más humano de los entendimientos y al más luminoso de los caminos, mediante una palabra que debe hacerse poder y construcción, que no es otra cosa que la solidaridad eficiente; la caridad en una mística espiritual, práctica, benevolente y amplia.

Con este nuevo mensaje, el Santo Padre reafirma su política de apertura y su estrategia renovadora que ilumina su imagen positiva basada en el más profundo de los consensos desde que asumió el trono de san Pedro.

Para algunos testigos de nuestro tiempo, la meta común de la unidad plena y visible de los cristianos parece de nuevo haberse alejado. En este sentido el Papa comparte la preocupación de muchos cristianos respecto al hecho de que los frutos del trabajo ecuménico no hayan sido todavía percibidos totalmente por parte de los compañeros ecuménicos, sobre todo en referencia la comprensión de la Iglesia y del Ministerio.