En la reciente reunión con los gobernadores el ministro de Economía, Nicolás Dujovne, fue cauto pero claro para los buenos entendedores: "Los supuestos macroeconómicos serán conservadores en términos de crecimiento. Va a haber un arrastre fuerte para 2019 (se entiende que de la recesión), la tasa de crecimiento, si existiera sería muy baja". Traducción, en el mejor de los casos tendremos crecimiento cero. En una visión optimista se evalúa al dólar en $42 para todo 2019 cuando ese límite ya fue superado hace dos semanas atrás y la inflación cerrando en 23%. Para lo que resta de este año, la inflación terminando en 42% con una caída de la actividad en el 2,4%. Es decir, terminaríamos la década empezada en el bicentenario algo por debajo de la situación que dejó Cristina. Esta comparación, si bien irrefutable desde los números, no es válida en la tendencia. Cristina entregó al borde del colapso tanto como para poner en duda el pago de cosas elementales como las jubilaciones de 2017 (reconocido por ella en una escucha telefónica), con un aislamiento financiero que nos hubiera impedido acceder a cualquier salvavidas y una radicalización tanto de la ideología como de la corrupción a límites difíciles de imaginar. No es que este gobierno esté haciendo las cosas bien pero la alternativa Scioli-Zannini nos hubiera llevado rápidamente a pedir asilo en Uruguay o Chile. Como venezolanos. No olvidemos eso. Que la concentración en los casos de corrupción no nos haga perder de vista la desgracia de la gestión de Cristina. El problema ahora es que cualquier análisis serio lleva a la misma conclusión, con estos números ganar una elección sería un milagro para el gobierno del presidente Mauricio Macri. Puede haber excepciones como las hay a toda regla, pero por lo general se requieren al menos dos trimestres de crecimiento previos a un comicio para que quien gobierne tenga posibilidades.

Otra moneda significa que el margen de maniobra queda sujeto a decisiones ajenas.

La convertibilidad de Menem-Cavallo arrancó en abril de 1991 después de dos hiperinflaciones y recién en agosto el justicialismo ganaba la elección en San Juan, que anticiparía el triunfo en las legislativas para octubre de aquel año. La propia elaboración del presupuesto con esos parámetros es como el reconocimiento de la probabilidad de una derrota que tal vez sea digna, pero que sería derrota al fin. El impacto de un año sin crecimiento es tan visible como la ropa del año anterior para un adolescente, las mangas quedan cortas. La población aumenta más o menos a un ritmo del 0,7% anual de modo que la torta debe crecer por lo menos en la misma proporción. De no ser así, todos tomaremos una porción algo menor de la olla. La cuestión es que no se perfila una oposición seria ni una figura que asome como alternativa. Sabemos que solo una visión mesiánica habilita a creer que todo será resuelto por un hombre o grupo de hombres, pero es lo que le gusta creer a un electorado educado en el populismo. ¿Quién vendrá? ¿Alguien que nos convenza de que debemos dejar de reclamar derechos que no nos merecemos y que es mejor concentrarnos en nuestras obligaciones? ¿Existirá alguien dispuesto a hacer el intento? Difícil. Ya vimos que el propio Macri sucumbió a la melodía del coro popular pateando para adelante los problemas mientras hubo crédito para sostener la ineficiencia de un sistema corrupto en sus entrañas, donde tanto empresarios como sindicalistas rehuyen a la competencia. Unos y otros no hacen más que vivir de la torpeza o complicidad del Estado siendo proveedores o beneficiarios del "sueldo" de las obras sociales.

Recién en 2017 salimos del default que nos había aislado del mundo. 

Esta semana se ha vuelto a hablar de convertibilidad o dolarización. Desde USA la ven lógica, si nos gustan tanto los dólares y cada tanto nos tienen que mandar una carga de ellos ¿por qué no abandonamos definitivamente nuestra moneda y tomamos la de ellos? Hay que recordar algo: todo gobierno al administrar usa tres instrumentos básicos, política cambiaria, política monetaria y política fiscal. Establece las relaciones de cambio con otras monedas para uso de su comercio exterior (política cambiaria), imprime moneda según su criterio para satisfacer la necesidad de tener un elemento para hacer los intercambios comerciales (política monetaria) y finalmente cobra más o menos impuestos (política fiscal). Asumir una moneda de otro país implica el abandono de dos de esos tres instrumentos, la política cambiaria y la monetaria quedándose solo con la posibilidad de subir o bajar impuestos. Alguien podrá preguntarse ¿Si queremos volver a la dolarización por qué la abandonamos? En próxima nota podremos extendernos en las consecuencias de una convertibilidad pero ahora concentrémonos solo en responder a esta pregunta. Durante la década de los 90 renunciamos a nuestra moneda declarando explícitamente que no nos sentíamos responsables como para emitir billetes solo con el respaldo de nuestra economía real. Nos habíamos excedido y por eso llegamos a una hiperinflación. Como no entendimos que no solo era cuestión de billetes sino de dejar de vivir por encima de nuestras posibilidades, al desactivar la máquina impresora de pesos, la única forma de seguir en el casino era, primero, vender las joyas de la abuela, las empresas estatales que teníamos como activos. Agotados esos fondos, acudimos al crédito externo hasta que superamos el límite de la tarjeta. Y los acreedores comenzaron a desconfiar. Terminamos repudiando la deuda como si los malos fueran los acreedores. El efímero presidente Adolfo Rodríguez Saá ante el aplauso de la Asamblea Legislativa prometió "pagar antes la deuda interna". Debíamos quitarnos esas ataduras para seguir manteniendo la ilusión de vivir bien sin producir en consecuencia. Al año teníamos un 40% de pobres, una situación anárquica. 14.000 cortes, incremento de la mortalidad infantil y más tragedias. Recién el año pasado pudimos salir de aquél default que nos aisló del mundo. El adicto debe entender, primero que nada, la razón de su adicción para no recaer. De no ser así, es inútil cualquier rehabilitación. Continuará.