Hasta hoy nadie sabe por qué comenzaron los movimientos estudiantiles del Mayo francés de 1968. Se atribuyó a una juventud contraria a la incipiente sociedad de consumo, al capitalismo como sistema de organización económica, al crecimiento de las ideas del comunismo soviético y otras yerbas entre las cuales estuvo la petición del uso libre de drogas y otros ingredientes del movimiento hippie. Todas especulaciones.

Podríamos suponer también que estuvo presente la crítica de los jóvenes a la Europa del odio que había dejado la Segunda guerra que se vio en un cambio radical en las artes y sobre todo en la música de rock, un rechazo visible y corporal a lo que había dejado la generación anterior. Por debajo, la táctica de la ex Unión Soviética de universalizar su sistema comunista.

Lo cierto es que esa actitud rebelde replicó en todo el planeta y dio origen a la frase "cuando París resfría, se enferma el mundo". Esta época evoca aquellos años. Los chalecos amarillos de Francia no fueron esta vez los primeros, antes habían aparecido los "Podemos" en España, los independentistas de Cataluña, los nacionalistas del brexit del Reino Unido y las controversias fuertes de USA que se siguen sosteniendo contra el Presidente Trump.

En nuestra Latinoamérica ya se han establecido movimientos fuertes en Venezuela y Nicaragua apoyados por la desamparada Cuba, hasta ahora sin éxito de metástasis no obstante el recordado intento del ALBA de Hugo Chávez. En estas semanas nos sorprendieron Ecuador y Chile, en éste último caso con una violencia ausente desde la salida de Salvador Allende y la llegada de Pinochet en los setentas.

Algo común a aquellos sucesos de los sesenta y setentas que comenzaron en París y replicaron en todo el mundo, fue que luego de breves lapsos de cambio de régimen político hacia la izquierda revolucionaria, los países giraron violentamente a la derecha hospedada en los cuarteles militares. Después de muchos años y muertes, se estabilizaron en el centro democrático. Se giró hacia el absolutismo de gobiernos militares de derecha o de izquierda comunista para, luego de una reflexión costosa de represión, acción guerrillera y muertes, volver a la racionalidad de la tolerancia democrática.

Los avances o retrocesos de la democracia representativa son lentos. Los cambios revolucionarios son ilusiones de un espejismo de lago en el desierto al cual se quiere llegar a sangre y fuego hasta que se advierte que el lago no era otra cosa que el reflejo del sol en la arena. Como dice el tango "la historia vuelve a repetirse". Si uno mira a Ecuador, no puede creer que la causa de la tragedia de estas semanas se haya debido a un incremento tan pequeño del precio de los combustibles.

Tampoco la razón permite admitir que lo de Chile sea consecuencia de la suba de 5 centavos de dólar en el boleto del metro de su capital, Santiago. Bolivia no es más que el viejo, literario y corrupto caudillismo regional. Si analizamos los ingresos familiares en Ecuador, hay una cierta justificación, están a la mitad que nosotros. No así en Chile, donde su ingreso per cápita es un 30 por ciento superior al de Argentina y posiblemente el más alto de la zona.

El caso de Ecuador es el siguiente: El ex Presidente Correa emprendió mucha obra pública (fuertemente sospechada de corrupción) con crédito externo. Ecuador no tiene moneda, su moneda es el dólar desde que lo impuso Abdalá Bucaram siguiendo el ejemplo argentino de la convertibilidad de Domingo Cavallo.

La única forma de financiar algo es con dinero propio de los impuestos o con préstamos externos. Esas deudas adquiridas son los compromisos que ahora debe afrontar Lenin Moreno y que lo obligaron a acudir al FMI, prestamista de última instancia de los países-miembro y quien cobra los intereses más bajos. No hubo dinero para seguir con aquella obra ni para mantener el ritmo del gasto, se debió suspender los subsidios al combustible por falta de recursos y el encarecimiento tenderá a reflejarse en los precios dado que la principal forma de transporte es por carretera.

Lo de Chile es más extraño si bien la razón de los desmanes tiene la misma componente de Ecuador: la infiltración de grupos organizados dentro de una protesta originalmente espontánea. Lo raro es que salgan a la calle vecinos de Las Condes y Providencia, los barrios más ricos o de las zonas más turísticas y tranquilas como La Serena, no afectadas por el disparador de la suba del ticket del metro de Santiago. La causa parece ser más profunda porque al análisis de los números macro no da para semejante revuelta.

No obstante que su ingreso per cápita está entre los mejores de Latinoamérica pareciera que la desigualdad de la distribución es enorme. Chile vive de la minería, la pesca y la fruta, todos productos exportables y de buenos precios en el mundo. Y, a diferencia de antes, la proliferación de las redes sociales ahora permite enterarse de que el problema "no soy yo" sino que millones están en la misma desventajosa situación económica y social. Otra diferencia de Chile es el alto endeudamiento individual, nadie duerme tranquilo debiendo plata que intuye no podrá pagar.

Otra interpretación: ¿Será esta una ola como la que anticiparon Jack Kerouac o Allen Ginsberg en los 60s en USA? ¿O Herman Hesse desde Alemania? "En el camino" de Kerouac y "El aullido" de Ginsberg motivaron a la que se llamó "generación Beat" (nada que ver con Beatles) contraria al consumismo, promotora de las drogas, el amor libre y la expresión callejera contraria a la guerra.

Desde Alemania Hesse invitaba al ascetismo budista con "Sidharta"¿Estamos viviendo un deja vu de todo aquello? De ser así no podemos menos que advertir el final. Militarización, vuelta al absolutismo, muertes de jóvenes, cancelación de libertades para, dentro de dos o tres lustros, volver a la paciencia de la democracia representativa. En aquellos años vivieron personajes de alto valor intelectual como Fidel Castro o alto valor moral como el Che Guevara, poetas religiosos como Ernesto Cardenal o cantantes como Violeta Parra.

Hoy tenemos personajes de vuelo bajo como Nicolás Maduro o Daniel Ortega y del otro lado atolondrados como Jair Bolsonaro y Donald Trump. Falta el antídoto de líderes democráticos de la talla de Raúl Alfonsín, Ricardo Lagos o Julio Sanguinetti. Dios nos ayude.