Educarnos es como ascender a una cumbre. Es un viaje que deberá sortear varios obstáculos para llegar a la cima. Cima que está dentro nuestro, porque educar significa sacar de la interioridad del educando, lo mejor de sí. Por eso se dice que educar es un proceso por el cual vamos ascendiendo escalones. Nos educamos para ser mejores. Para esa travesía necesitamos dos cosas: alguien que nos guíe (el docente) y un mapa de ruta para no perder el rumbo. Ambos son imprescindibles. 


Ese mapa de ruta es la Ética. Esta afirmación se apoya en la propia finalidad de la educación. Como sabemos, la educación en sus dos dimensiones, enseñar y aprender, es exclusiva de la persona humana. Por estar ordenada al ser humano, recibe de la persona y de sus valores, el sustrato y la dirección de su finalidad. Prescindir de un marco filosófico y de una orientación ética, equivaldría a educar sin raíces y sin norte. Sería pretender ascender a la cima a oscuras y sin brújula. 

"La educación debe promover el discernimiento ético, el juicio crítico y la capacidad de análisis.''

Ahora bien, existen diversas miradas que sustentan antropológicamente el hecho educativo. Particularmente, adhiero a aquellas que, desde una visión Personalista, reconocen que en la persona se articulan diversas dimensiones que fundamentan su especial dignidad. Desde esta perspectiva, la persona es una realidad única e irrepetible, un ser social, con inteligencia, libertad y conciencia moral. He aquí una primera conclusión: la educación debe ser integral y atravesar todas estas dimensiones. De lo contrario caeríamos en reduccionismos que menguan la riqueza ontológica de la persona. Sería como dejar la mochila con provisiones, en la base de la cumbre.


Pongo el acento en la dimensión ética que integra la personalidad. Cualquiera fuese la razón: ideológica, desconocimiento o prejuicios, lo cierto es que cometemos un error al prescindir de una educación en valores. La educación debe promover el discernimiento ético, el juicio crítico y la capacidad de análisis. Dotar a los educandos de conciencia ética formada en valores universales y virtudes cordiales de las que habla Adela Cortina ("Justicia Cordial'', Madrid, 2010).


El aula no es un espacio éticamente neutro. Ni quien enseña ni quien aprende lo son. Todos miramos y evaluamos la realidad desde marcos valorativos propios que integran nuestro organismo moral. 


Pero hay una razón de mayor peso. Educar en valores es la mejor respuesta frente al vaciamiento moral que presenta esta modernidad líquida. Expresión que acuñó el sociólogo Zygmunt Bauman para definir el estado volátil de una sociedad, donde el vértigo de los cambios y la inseguridad por la falta de valores sólidos, menoscaban las relaciones humanas (Modernidad líquida, México, 2003.) Del relativismo moral de la posmodernidad, hemos pasado a vaciar la moral. Y en esta modernidad líquida, la única virtud sobreviviente, la flexibilidad, termina licuando la moral. Cuánta razón tenía aquel prestigioso Juez de la provincia, cuando hace algunos años reclamaba mayor formación ética en los estudiantes universitarios. "La falta de códigos entre colegas está demoliendo la moral profesional y genera incertidumbre en las relaciones'', me decía en tono enfático. Y no se equivocaba.


Ya no alcanza con transmitir conocimientos. En una sociedad donde abunda la información no tiene sentido convertir la educación en mera acumulación de saberes. Más aún cuando éstos cambian y se difunden tan vertiginosamente. Pero no es esta la única razón. Una educación centrada en el acopio de contenidos no cambia automáticamente la realidad. Esta sigue allí tan injusta e interpelante como siempre. Tenemos que formar para transformar, repetiremos una vez más. Enseñar para pensar la realidad y con todo el bagaje de conocimientos, actuar sobre ella. Para hacer frente al pensamiento débil y el vaciamiento de la moral, más que nunca se requiere educar en valores éticos y ciudadanos. Sólo así podremos formar generaciones capaces de superar la apatía moral, trabajar en la transformación de realidades y comprometerse con los valores de la democracia y la república.


Más ética, más ciudadanía. Al fin y al cabo, le ética sigue siendo la mejor inversión en materia educativa.

Por Miryan Andújar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo