Boris Johnson, nuevo primer ministro en el Reino Unido.


Acaba de asumir un nuevo primer ministro en el Reino Unido, Boris Johnson, y se abren nuevas incógnitas sobre el futuro del país y los pasos a seguir frente a su próxima salida de la Unión Europea (UE). El plazo previsto originalmente para el 29 de marzo quedó sin efecto cuando la ahora exprimer ministro Theresa May, luego de intensas negociaciones y fracasos, logró postergarlo hasta el 31 de octubre. Las crónicas de estas idas y vueltas están a la mano en los archivos recientes, pero el secreto de tanta discusión en el Parlamento, partidos políticos, medios de comunicación y hasta en la calle, podríamos encontrarlo en la larga historia de disputas y desencuentros entre los mismos ingleses, y entre éstos y el resto de los europeos, sobre todo con los miembros de la antigua Comunidad Económica (CEE), hoy UE. En los últimos años se bautizó esa actitud casi hostil como "euroescepticismo'', y así a los ingleses se los comenzó a calificar de "euroescépticos''. Pero mucho antes, en 1950, cuando se negaron a participar en el Plan Schumann que se consumó con el nacimiento de la Comunidad del Carbón y del Acero (CECA), primer embrión de la Europa unida, hasta su ingreso a la CEE, en enero de 1973, e incluso ya como miembro activo el Reino Unido provocó sucesivos pedidos de revisión de los compromisos asumidos, tanto desde gobiernos laboristas como conservadores. Por otra parte, hace 33 años cuando se produjo la firma del acta de ingreso de España a la entonces CEE, el 12 de junio de 1985 (junto a Portugal), solemne acto que cubrí desde la corresponsalía de la Editorial Atlántida de Argentina en Madrid, los ingleses no habían votado con entusiasmo esa ampliación de 10 miembros a 12 de la Comunidad, ya que se opusieron hasta extremos impensados. Para las entonces autoridades y miembros del Parlamento británico no importó que España acababa de dar un paso histórico tras una dictadura de casi 40 años, y mucho menos que los lazos de amistad hispano-ingleses venían profundizándose con Juan Carlos I, primo de su par de Inglaterra, la reina Isabel II, teniendo en cuenta también que en puntuales controversias ambos ejercen de "árbitros'' internacionales desde la sombra. ¿Cómo explicarlo? Muchas respuestas vienen en la esencia del carácter inglés, pero también, y esencialmente, que desde Londres siempre se evitó que una potencia o una alianza de potencias adquiriera una posición dominante.
El filósofo francés Alfred Fouillée, en su "Bosquejo psicológico de los pueblos europeos'', editado en español a principios del siglo XX subrayó el carácter individualista del inglés y destacó que su yo, muy desarrollado, "se afirma con energía, y no penetra ni fácil ni rápidamente en el alma y los sentimientos ajenos (...) Además, en los negocios y empresas cuando más se gana, más se quiere ganar''.


Juicios como éstos sirven para observar el carácter avasallador del inglés, y para a entender las actitudes hostiles del Reino Unido hacia la UE y su carácter de espectador e indiferente en el largo proceso de unidad europea, aunque luego, ante el éxito de sus pares, a principios de los "70, se desesperó por pedir su incorporación.


Ahora nos llama la atención y ha monopolizado la mirada de ciudadanos de todo el mundo, sobre todo de la Europa unida, de cómo se ha dilatado un proceso iniciado tras el polémico referéndum del 23 de junio de 2016 que dio como resultado 48,1 % para continuar en la UE y 51,9 para su salida. Habrá que esperar hasta el 31 de octubre y que el supuesto "belicoso'' carácter del nuevo premier, no complique más el escenario.

Por Luis Eduardo Meglioli 
Corresponsal de Cadena 3 Argentina en San Juan.