El cónyuge no es un ángel. Se trata de un ser humano con aciertos y errores, con virtudes y defectos.


En artículos anteriores, nos referíamos al amor matrimonial, según el capítulo IV de "Amorislaetitia", del papa Francisco. Queremos ahora reflexionar sobre la décima característica del amor (1 Cor 13,4-7), "el amor lo disculpa todo": excusa cuanto puede los defectos del otro.


En la vida matrimonial es necesario disculpar y pedir disculpas, porque no nos hemos casado con un ser divino y perfecto, sino limitado, como nosotros. El cónyuge no es un ángel, es un ser humano con aciertos y errores, con virtudes y defectos. 


Nacemos perfectibles, pero no perfectos. Escribe el Papa: "El amor convive con la imperfección, la disculpa, y sabe guardar silencio ante los límites del ser amado" (AL,113). Ver la manera que tenemos de usar nuestra lengua, significa "guardar silencio" sobre lo malo que puede haber en la otra persona. Por ello, hay que ampliar la mirada para que los árboles no impidan ver el bosque. Esto no lo podremos hacer si constantemente nos fijamos en los fallos del cónyuge y, menos todavía, si encima los vamos pregonando a los cuatro vientos.


Quien ama de verdad a su cónyuge, sabe "guardar silencio sobre lo malo que puede haber en la persona. Implica limitar el juicio, contener la inclinación a lanzar una condena dura e implacable: "No condenéis y no seréis condenados" (Lc 6,37). Aunque vaya en contra de nuestro habitual uso de la lengua, la Palabra de Dios nos pide: "No habléis mal unos de otros, hermanos" (St 4,11) (AL,112).


"Los esposos que se aman y se pertenecen, hablan bien el uno del otro, intentan mostrar el lado bueno del cónyuge más allá de sus debilidades y errores. En todo caso, guardan silencio para no dañar su imagen. Pero no es sólo un gesto externo, sino que brota de una actitud interna" (AL,112). 


"Tampoco es la ingenuidad de quien pretende no ver las dificultades y los puntos débiles del otro, sino la amplitud de miras de quien coloca esas debilidades y errores en su contexto. Recuerda que esos defectos son sólo una parte, no son la totalidad del ser del otro. Un hecho desagradable en la relación no es la totalidad de esa relación. Entonces, se puede aceptar con sencillez que todos somos una compleja combinación de luces y de sombras. El otro no es sólo eso que a mí me molesta. Es mucho más que eso. Por la misma razón, no le exijo que su amor sea perfecto para valorarlo. Me ama como es y cómo puede, con sus límites, pero que su amor sea imperfecto no significa que sea falso o que no sea real. Es real, pero limitado y terreno. Por eso, si le exijo demasiado, me lo hará saber de alguna manera, ya que no podrá ni aceptará jugar el papel de un ser divino ni estar al servicio de todas mis necesidades" (AL,113).


Saber disculparlo todo es, pues, la décima característica del amor conyugal.

Por Ricardo Sánchez Recio
Lic. en Bioquímica. Orientador Familiar. Profesor