En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Allí permaneció cuarenta días y fue tentado por Satanás. Vivía entre los animales salvajes, pero los ángeles le servían. Después que apresaron a Juan, Jesús se dirigió a Galilea y empezó a proclamar la Buena Nueva de Dios. Hablaba en esta forma: “El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Nueva” (Mc 1,12-15).

            El evangelio subraya que “enseguida el Espíritu lo llevó a Jesús al desierto, donde estuvo cuarenta días y fue tentado por Satanás. Vivía entre las fieras, y los ángeles lo servían”. Ahora Jesús es puesto a prueba para verificar su personal adhesión a la paternidad divina. El verbo empleado por el evangelista Marcos para indicar que el Espíritu conduce a Jesús al desierto (en griego: “ekballó”), connota una acción fuerte y es usado por Marcos para describir la expulsión de los demonios (cf. Mc 1, 34.39. 43; 3, 15.22; 6,13). Por dos veces se especifica que el ámbito de la tentación es el desierto. Según Marcos, Jesús no va allí “para ser tentado”, tal como lo afirman los otros evangelios sinópticos (Mateo y Lucas). El desierto no sólo es el lugar de la prueba, sino también de la purificación y donde se aprende el arte del discernimiento. Es el lugar de la “decisión”. No es tan sólo “ausencia” de hombres, sino especialmente “presencia” de Dios. Allí, en el desierto, transcurre “cuarenta” días. Ese tiempo recuerda grandes acontecimientos bíblicos: el del pueblo de Israel que camina durante cuarenta años tras la salida de Egipto en camino hacia la Tierra Prometida; el de Moisés, que ayuna durante cuarenta días antes de recibir las Tablas de la Ley en el monte Sinaí (Ex 34, 28; Dt 9, 9); o del profeta Elías en el Horeb: “Levántate, porque todavía te queda mucho por caminar. Elías caminó durante cuarenta días y cuarenta noches hasta la montaña de Dios, el Horeb” (1 Re 19, 8). Mediante el participio pasivo presente griego del verbo “peirazó” (“poner a

prueba”) se remarca la condición duradera de ésta, y que la vivió el Maestro. Sin embargo, Marcos, a diferencia de Mateo y Lucas, no hace referencia al ayuno de Jesús mientras es tentado. El agente de la tentación es explícitamente individualizado en la figura de Satanás. Según la teología del libro del Deuteronomio, la tentación corresponde al momento en que se verifican las tendencias y las opciones del corazón (Dt 8, 2). A través de esta experiencia, ineludible en el camino maduro de fe, se examinan las inclinaciones y elecciones del espíritu. De ahí que Cuaresma sea el tiempo propicio para la peregrinación interior y “volver al corazón”.

San Juan Crisóstomo tenía un modo muy gráfico de explicar cómo el demonio andaba siempre al acecho. Decía que si en una mesa hay varias personas a comer, y de tiempo en tiempo una de ellas arroja un bocado a un perro, éste ya no pierde la vista a quien se lo proporciona, en tanto que se aparta de los que nada le dan. Así se conduce él diablo con nosotros. Constantemente nos observa, y espera que le dejemos caer algo, y tanto mayor es su atención cuanto mayores y más numerosas faltas cometemos. Al contrario, si somos cuidadosos en nuestro lenguaje y conducta, si nada le dejamos caer, nos abandona y cesa de inquietarnos. Decía el Cura de Ars: “Nos aconseja San Agustín, para consolarnos, que el demonio es un gran perro encadenado, que acosa, que mete mucho ruido, pero que solamente muerde a quienes se le acercan demasiado”. Recuerdo a este propósito, que había ido a visitar Asturias con un amigo sacerdote. Mientras caminábamos por la calle de una de sus aldeas, un perro nos ladraba como loco. El amigo se acercó a él y, tratándolo con confianza, llego a calmarlo un poco. Salió la dueña de la casa al oír tanto alboroto, y mi amigo le comentó: “Señora, el perro es pacífico, no muerde ¿verdad? Y la mujer contestó: “Pues es verdad. No muerde. Bueno, ¡pero tiene boca!”.La invitación a dirigirse al desierto es indicada a todos. Los monjes o religiosas de clausura han elegido un “espacio” de desierto. Nosotros en este itinerario cuaresmal debemos optar al menos, por un “tiempo” de desierto. Recorrer un tiempo con estas características, significa hacer silencio alrededor de nosotros para encontrar el camino del corazón, sustraernos del ruido e inútiles preocupaciones externas, entrando así en contacto con las fuentes de nuestro ser. Afirmaba San Agustín: “Alejándonos de ti, Señor, nos deformamos; acercándonos a ti, nos asemejamos”. Hay tres términos indicativos de cómo nos alejamos de la vida interior: evasión, distracción y diversión. San Francisco de Asís nos da una sugerencia de orden práctico. “Nosotros, decía, llevamos una celda siempre consigo. Donde vayamos y cada vez que lo queramos podemos encerrarnos en ella como eremitas”. Tenemos una ermita portátil, por eso es esencial que en este itinerario cuaresmal “entremos en nosotros mismos”.