José Luis Gioja inicia hoy su tercer período consecutivo al frente del Gobierno de San Juan, un hecho inédito y no previsto por él mismo, según sus expresiones iniciales. Pero como los mecanismos de la democracia son perfectibles en letra y espíritu, si están legitimadas por el pueblo, esta continuidad es institucionalmente irreprochable.

Gioja tiene suficientes pergaminos para seguir ocupando el sillón de José Ignacio de la Roza: al respaldo contundente del electorado en los últimos comicios, se suman el histórico nivel de crecimiento que lidera San Juan en el contexto nacional. Las exportaciones locales aumentaron un sorprendente 1.298,4% el año pasado respecto a 2003: es la primera provincia en ventas externas, según el INDEC. Los logros de esta gestión son palpables, reconocidos aún por quienes no comparten el estilo conductivo del titular del justicialismo sanjuanino, porque sorprende la pasión del gobernador al defender sus proyectos. Como gerenciador de la cosa pública no se limitó a golpear puertas nacionales sino que expuso sus propuestas a presidentes de países amigos como Luis Lula Da Silva, Enrique Piñera y Hugo Chávez, y formalizó encuentros con empresas multinacionales y el Gobierno nacional.

Los terceros períodos gubernamentales con difíciles, según las experiencias. Al desgaste lógico de la gobernabilidad se le suman condicionamientos puntuales, ahora de carácter económico debido a la globalización. Lejos de los "vientos de cola'' que empujaron a los dos períodos anteriores, las metas a cumplir, caso del emblemático túnel de Agua Negra y los nuevos proyectos hidroenergéticos y de infraestructura, necesitan un piloto de tormenta y Gioja precisamente se destaca por su papel de gestor. También acumula deudas con la clase media, que poco figura en las obras de la II Reconstrucción y, además, debe impulsar el valor agregado y la industrialización agrícola. El afianzamiento institucional y el perfeccionamiento de la democracia queda expresado en sus propias palabras: "Pienso que la rotunda supremacía de la democracia sobre el autoritarismo radica en que en el diálogo hay más energía, más lucidez y más virtud que en el monólogo, porque el diálogo impone al poderoso el ejercicio de aceptar al otro y reconocerlo como un par desde la diferencia'', ha dicho.

Tiene otros cuatro años para atender estas expectativas.