Al principio, eran los charlatanes de siempre. Habladores o parlanchines a quienes solíamos dispensar más tolerancia que al mentiroso. Sus relatos inverosímiles y hasta graciosos, amenizaban reuniones familiares o con amigos. Pero en la época en que vivimos, su figura en algunos casos ya no es ni tan ingenua ni tan graciosa. 


Efectivamente, nuestra sociedad transita lo que se ha dado en llamar la era de la posverdad. Y así como en la Posmodernidad se mostraba un rechazo a los ideales de la modernidad, en la posverdad se niega no sólo el valor de la veracidad, sino la verdad en sí misma. Lo que importa es el relato con su carga de desviación intencionada de la realidad, apelando a las emociones y buscando solamente persuadir. 


En este contexto, el charlatán de la posverdad, desdeña los hechos objetivos y sólo busca manipular la opinión pública y el pensamiento del otro. He aquí la gran diferencia con el mentiroso. La mentira del embustero confirma una verdad. Verdad que conoce pero que niega con sus palabras. De alguna manera el mentiroso entra en el esquema de la verdad, el charlatán del que hablamos en cambio, se desentiende de la verdad, mostrando un verdadero desprecio por la misma. 

"Tanto el charlatán como el mentiroso se presentan como personas preocupadas en comunicar su verdad. Pero mientras el mentiroso encubre su intento de apartarnos de la verdad, el charlatán esconde su falta de interés por la verdad".

No es esta una apología de la mentira ni una justificación del mendaz. Por el contrario, es una justipreciación del daño que produce la posverdad y sus adherentes, a la comunicación y al diálogo social. En un diálogo sincero las personas exponen sus pensamientos procurando llegar a acuerdos o puntos de coincidencia, siempre animados por la búsqueda de la verdad. ¿Cómo dialogar cuando la palabra ya no está cargada de verdad y sólo es un instrumento de manipulación al servicio de intereses propios o de un grupo?


Todo esto agrega mayor incertidumbre a las relaciones humanas. Ya que de estos cultores de una oratoria que desdeña la sinceridad, nunca conoceremos su verdadero pensamiento. Al igual que el camaleón, cambiarán de color según la ocasión. De alguna manera, descendemos un escalón en el camino del encuentro con el otro. 


Cuando escucho esos discursos al margen de la verdad y vaciados de objetividad, no puedo dejar de pensar en cómo entorpecemos el sano ejercicio de contrastar evidencias que ayuden al crecimiento personal y la autocorrección.


Quien instala el tema del charlatán en tiempos de posverdad fue Harry Frankfurt, filósofo norteamericano, profesor emérito de la Universidad de Princeton. Para Frankfurt el charlatán es aquella persona locuaz que dice sandeces o necedades al margen de la verdad (Onbullshit, sobre la manipulación de la verdad, 2006). 


Para Frankfurt, el bullshitter o charlatán difiere del mentiroso. Ambos tienen algo en común: se presentan como personas preocupadas en comunicar su verdad. Pero mientras el mentiroso encubre su intento de apartarnos de la verdad, el charlatán o bullshitter en cambio esconde su falta de interés por la verdad. No le preocupa que sus afirmaciones sean verdaderas o falsas. Tampoco le interesa ser objetivo e imparcial respecto a los hechos. Selecciona cuidadosamente sus palabras y hace una interpretación de los hechos que responda a sus fines: su relato debe convencer al otro. La gravedad moral y el daño social de esta práctica queda en evidencia. Para el profesor de Princeton, el bullshit es un enemigo más serio de la verdad que la propia mentira.


Habrá que trabajar entonces para devolverle a la verdad la centralidad de su aporte. La educación tiene aquí un rol fundamental en su diaconía o servicio a la verdad. Las aulas deben volver a ser espacio privilegiado donde docentes y alumnos compartan el mismo gozo por llegar a la verdad. En ese sentido, la escuela y la universidad están llamadas a ser verdaderos repositorios de la verdad.

Por Miryan Andújar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo