El hijo mira por la ventana de un hospital de Cisjordania a su madre enferma de Covid-19.


La conmovedora foto del hijo mirando por la ventana del hospital a su madre enferma de Covid-19, recorrió el mundo. El hombre escaló los muros de un hospital de Cisjordania, para llegar a la ventana de la habitación en la que estaba su madre. Con razón se dice que el coronavirus es la enfermedad de la soledad. Y para quien parte como para quien se queda, el poder decir adiós ayuda al primero a morir en paz y a los afectos, a elaborar el duelo de la pérdida. 


Si bien la muerte forma parte de la vida, en general existe en las sociedades occidentales una especie de olvido de la muerte, cuando no una verdadera tanatofobia o miedo a la muerte. Pero solemos temer más al proceso de morir que al hecho mismo de la muerte. De alguna manera todos comprendemos que nadie puede vivir si al mismo tiempo no va muriendo. El morir es un acto humano connatural si se quiere, aunque a veces no lo asumamos como tal. Son muy claras las palabras de Tolstoi cuando el personaje central de su obra, Iván Illisch, repetía un silogismo que aprendió desde niño: "Caius es un hombre, los hombres son mortales, luego Caius es mortal" (León Tolstoi, La muerte de Iván Ilich, 1886). Claro que no resultó tan aceptable, cuando era él y no Caius quien iba a morir. Iván Ilisch sintió en primera persona el miedo al despojo que implica el transitar este proceso del morir. Despojo constante que llena de temores y que ningún analgésico puede paliar. Como en una pendiente resbaladiza, el enfermo terminal o en estado crítico se siente despojado de su salud física y atravesando con angustia las distintas fases del morir. 


Todo este cuadro se agrava en contexto de pandemia ocasionado por el Covid-19. Por razones sanitarias entendibles, al cuadro clínico de todo enfermo en estado crítico, se suma en estos casos, la soledad en la que muere. Los principios bioéticos de una Medicina personalista procuran que el enfermo afronte la muerte con serenidad. Desde este paradigma, el morir en familia o rodeado de los seres queridos es una necesidad psicológica que la psiquiatra Elisabeth Kübler Ross (1926-2004) definió como una verdadera acción terapéutica en la despedida ("Sobre la muerte y el morir", 1969). 


El poder decir adiós garantizando el acompañamiento familiar a pacientes críticos con Covid-19 en sus últimas horas, se inscribe en el derecho al trato digno que establece la ley 26.529 sobre los derechos del paciente (art.2¦). En ese sentido celebramos la sanción del Protocolo provincial para el acompañamiento de pacientes en situaciones de últimos días/horas de vida (Decreto N¦ 1139/2020). Acercar a los pacientes con sus seres queridos ayuda a una despedida digna. Se trata de una norma que va más allá de cubrir las necesidades psicológicas de los enfermos críticos con Covid-19. El Protocolo reconoce derechos a pacientes contagiados como a sus familiares, que responden a la indispensable humanización de la Medicina en la última etapa del proceso de morir. Entre estos derechos se destaca el designar a una persona que pueda acompañarlo y permanecer en la misma habitación durante toda la visita; el derecho de comunicarse telefónicamente con el resto de sus familiares; el derecho de la familia de designar quién acompañará al paciente en sus últimos días, cuando el paciente no lo haya previsto.


Hay otra razón que hace tan plausible esta iniciativa provincial. Cada persona asume su muerte desde el núcleo más íntimo de sus creencias. En esto sus familiares o personas cercanas pueden ayudarle a transitar en paz y serenamente la etapa final de su vida.


Las noticias cuentan que finalmente aquel joven de Cisjordania pudo visitar en su habitación a su madre internada. A los pocos días ella murió por las complicaciones del Covid-19. La sensatez y el humanismo permitieron una despedida digna.

Por Miryan Andújar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo