Por el Dr. Claudio Larrea (*)

 


Algunos de los grandes desafíos a los cuales nos enfrentamos en este nuevo siglo consisten en elaborar metas y acciones con el objetivo de redirigir esfuerzos para que los recursos en los aspectos económicos, de inclusión social y ambientales, sean sostenibles en el tiempo. Las metas de este desarrollo incluyen, entre otras, poner fin a la pobreza en todas sus formas en el mundo; lograr seguridad alimentaria y eliminar el hambre; garantizar una vida sana y bienestar para toda la población; instalar una educación inclusiva, equitativa y de calidad; lograr la igualdad entre el hombre y la mujer; propender a que todos tengan disponibilidad de agua y energía; y promover a un crecimiento económico con incremento del empleo protegido (Mohammed, 2014).


Por lo tanto, el mejoramiento o empobrecimiento de las relaciones entre estos aspectos, llevarán hacia un desarrollo sostenible o no de las comunidades. Lo que hace de este, un proceso más que un gran objetivo, en donde la educación se encuentra íntimamente ligada, transformándose en protagonista clave de este proceso (Román, 2013).


La educación para la sostenibilidad supone un movimiento, el cual incide en la escolarización tendiente a promover el respeto por la persona humana, el medio ambiente y los recursos del planeta. Esta capacitación y desarrollo de comportamientos y prácticas, llevarán a aprendizajes responsables e innovadores. Las acciones específicas de esta educación, deberán incluir la adquisición de competencias en relación con el saber, el saber ser y hacer, basada en valores, desarrollando un pensamiento crítico, orientada a la acción y toma de decisiones, con un enfoque interdisciplinar y holístico.


La educación sostenible es un movimiento mundial, en donde en forma sistémica se replantean los planes de estudios para todos los niveles educativos. Privilegiando conocimientos sobre sociedad, economía, y medio ambiente. Con la aplicación de actividades pedagógicas centradas en los alumnos, por medio de las cuales se promueva en los mismos el cuestionamiento sobre diferentes temáticas, el análisis y aplicación de valores, y la resolución de problemas con criticidad (Unesco, 2012).


Asimismo, conducirá a ciudadanos para adquirir competencias y valores, para poder actuar responsablemente en la sociedad en que habita y poder tomar conciencia del cuidado de la sociedad y el medio ambiente para su generación y las futuras. Sin embargo, esta educación debe ser instalada en todos los niveles educativos, sin desmerecer todo lo que puede ser aprendido en la educación informal (Murga, 2015).


La educación sostenible debe contar con objetivos que se vuelvan transversales a todas las asignaturas que vaya vivenciando cada alumno, generando resultados cognitivos, socioemocionales y actitudinales. Para finalmente, poder formar individuos que puedan hacer frente en la sociedad a desafíos como la complejidad e incertidumbre que la caracterizan, la individualidad, la fragmentación de los mercados, la segmentación social y la degradación del ecosistema (Parker, J. y Bank, S., 2010).


Y, finalmente, aplicada en forma uniforme en una comunidad o país, podrá lograr formar "ciudadanos de sostenibilidad" (Wals, 2015). Lo que significa, personas formadas en diferentes competencias: de pensamiento sistémico, de anticipación, estratégica, de colaboración, de pensamiento crítico y de autoconciencia, Leicht, A. y Hiss, J., 2017).

La educación sostenible supone un movimiento, que incide en la escolarización promoviendo el respeto por la persona humana, el medio ambiente y los recursos del planeta. 


(*) Rector de la Universidad Católica de Cuyo.