Cuando el 3 de abril de 1973, un norteamericano llamado Martín Cooper, se encontraba situado en una populosa Avenida de Nueva York, hablando desde un aparato sin cables, con alguien distante a su ubicación, llamado Joel Engel, nacía la telefonía celular. Ese pequeño artefacto, con una aceleración tecnológica inusitada, cambió radicalmente la cultura de la comunicación de milllones de seres humanos. A partir de entonces esta innovación técnica trastocó la cultura, en el sentido antropológico del término. Es tal la magnitud de los cambios, que quien no posea un celular vive incomunicado. Algunos antropológos ya hablan del "homo celularis'', comparando las secuencias físicas del hombre (homínidos) con un agregado metafórico. La cultura cambió en diferentes vertientes. Los hábitos y costumbres de los adultos y particularmente de los adolescentes, se han visto teñidos por la aparición del celular. Seguramente es en el mundo de los jóvenes donde advertimos con mayor magnitud esta influencia, la cual comprende el ámbito educativo -las aulas-, relaciones interpersonales, lenguaje, vida cotidiana etc. Si a esto agregamos el tema de internet, que se incorporó al celular, estas variables se potencian. 


En las escuelas resulta imposible erradicarlos, en horas de clase, por más normativas que existan. Hay propuestas de utilizar el celular como soporte técnico o pedagógico, controlando su uso. Igualmente los filólogos vaticinan que el lenguaje gradualmente va cambiando por el desuso de palabras, reemplazándolas por abreviaturas y códigos y dejando de lado el lenguaje convencional. Así se ha generado una suerte de lenguaje, que son como nuevos jeroglíficos, vaya la comparación. 


Paradójicamente esta nueva manera de comunicarse, aisla a los individuos. Es común observar la siguiente estampa: un individuo sentado, tiene su mirada puesta en su celular, con los respectivos auriculares colocados y está el televisor encendido, sin que lo observe. Este hombre se encuentra inmerso en un cosmos virtual, mientras, afuera, en el mundo real, la maravillosa naturaleza ejecuta sus milagros cotidianos, que este hombre no advierte. 


Estas pocas líneas no significan estar en desacuerdo con las nuevas tecnologías, pero si en contra de este tecnicismo brutal, que si continua operando de esta manera nuestra cultura sufrirá los embates de un vaciamiento, lo que es igual a un retroceso, en el sentido humanístico de la palabra.