El problema vinculado al hambre a nivel global no es solamente de desnutrición, sino también de malnutrición. 

Uno de los más importantes objetivos del Programa de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas es lograr reducir la pobreza y llegar al "Hambre Cero''. Pues bien, los objetivos no se están cumpliendo. Los países que más pueden, poco han hecho por revertir situaciones extremas.

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El Fondo internacional para el desarrollo agrícola y el Programa alimentario mundial, dependientes de la FAO, han presentado un Informe 2019 sobre el estado de seguridad alimentaria y de la nutrición en el mundo. Este documento ha sido presentado el pasado lunes 15 de julio en la ciudad de New York, y es parte del monitoreo que se hace en torno a los progresos respecto al objetivo del desarrollo sostenible "Hambre Cero'', que busca derrotar por completo el hambre, promover la seguridad alimentaria y poner fin a todas las formas de desnutrición, en el plazo de los once años que nos separan del 2030. 


El Observador permanente de la santa Sede ante la FAO, mons. Arellano, ha expresado: "El hambre continua aumentando, y el reciente Informe nos está diciendo que las personas que están detrás de estos números no tienen ni un presente sereno ni un futuro luminoso''. Más todavía, el citado Informe subraya no sólo la crueldad del hambre, sino también otro aspecto: la obesidad. Los adultos obesos en el mundo son 672 millones, o sea el 13%; por tanto, una persona de cada ocho. Como se puede apreciar, el problema no es solamente de desnutrición, sino también de malnutrición. 


Para el Observador permanente de la santa Sede ante la FAO, tres son los factores principales que producen estos flagelos: los conflictos armados, la crisis económica y el mismo cambio climático. Para Arellano "la comunidad internacional verdaderamente debería hacer más. Falta la voluntad, sobre todo al momento de atacar las causas que provocan el hambre''. 


Según el Informe 2019, son unas 2000 millones de personas en el mundo que poseen acceso regular al alimento seguro, nutriente y suficiente. Entre ellas, 820 millones padecen totalmente el hambre. Se constata que hay 10 millones más que el año pasado, tercer año consecutivo de aumento, mientras la inseguridad alimentaria golpea el 8% de la población en Norteamérica y Europa. 


Hay números que reflejan la realidad y llaman al "corazón que ve'', para emplear aquí una categoría nada menos que la del teólogo Joseph Ratzinger, después elevado a la silla de Pedro. En Asia son 513,9 millones las personas con hambre; en África 256,1 millones, en América Latina 42,5 millones. Apenas cinco años atrás, parecía que las cifras iban en sentido contrario: se había logrado descender el número global a 790 millones. El reciente estudio desmiente ese optimismo al que adheríamos. 


En África la situación es extremadamente alarmante porque, mirado en el contexto global, posee el índice de mayor tasa de hambre en el mundo, de modo particular en África oriental, donde casi un tercio de la población (30,8 %) vive desnutrida.


Uno se pregunta: ¿Qué hacemos? Algo puede la voluntad individual, pero sobre todo, hay que alentar políticas de fuertes inversiones en países desnutridos, generar un clima de transparencia y no corrupción en todos los gobiernos, combatir la criminalidad, el comercio de armas y el narcotráfico, crear fuentes genuinas de trabajo y erradicar el desempleo, cuidar la casa común, el ambiente, etc. En fin, como dijera Ratzinger: "globalizar la solidaridad''. Éste es el nombre nuevo de la paz.