Con unos años menos que los que dice el tango "Pucherito de Gallina'', tenía 17 abriles -en 1952- cuando "me vine para el centro'' en búsqueda de un trabajo para ayudar a la familia y mis estudios. Empecé por calle Rivadavia, frente a la plaza Aberastain. Allí donde actualmente se levanta el Hospital Privado, había un bar bien espacioso con piso de ladrillo, pero no molido sino entero uno tras otro. Cerca de la puerta de acceso, en una mesita un hombre en pleno diálogo con sus pensamientos, y la compañía de un vaso de vino blanco "Ullum Seco'', un producto emblemático de la bodega Graffigna y pionero del envasado y nombre de origen.

Le pedí me prestara el diario Tribuna y encontré, entre otros, dos avisos que me interesaron: en uno solicitaban un lavacopas en ese mismo lugar, y el otro un aprendiz de fotógrafo en "Foto Jordán''. El hombre me dijo que iba a llegar a viejo lavando copas. "Yo te diría que vayas a esa casa de fotografías donde necesitan un muchacho''.

Tenía tres objetivos: ser astrónomo, militar o novelista. En este último rubro lo que podía exhibir a manera de "curriculum'', eran varios "muy bien, felicitado'' en lenguaje en la primaria y comienzos de la secundaria y además, dos capítulos de lo que creía era una novela.

Debo aclarar que no cometeré el error de convertir esta nota y las que pueden seguirle, en una retahíla de recuerdos intimistas que a nadie interesan. Sucede que cuando se siente que a uno se le va "haciendo la noche en la mitad de la tarde'', como dice la zamba, y que a esta altura de los años es de temer que en cualquier momento se "tilde'' el disco rígido (la memoria) y por ende, no poder compartir más de medio siglo de periodismo.

"Foto Jordán'' estaba en calle Mitre pasando Entre Ríos, vereda norte. No se trataba de esas "galerías'' que lucen cortinados para fotografiar novios o para carnet, como yo imaginaba.

Era un laboratorio instalado en una habitación al fondo de lo que había quedado en píe y que en algún tiempo fue una pensión que ocupaba el amplio espacio donde ahora se ubica el Juzgado Federal y los edificios contiguos, en los que supo funcionar la redacción y administración del ex diario Tribuna de la Tarde y luego TVO.

Al frente de "Foto Jordán'' estaba don Manuel Jordán, padre, un hombre muy mayor, ex fotógrafo del diario Los Andes, de Mendoza, y Manuel (Manolo) Jordán, hijo.

A los pocos días me di cuenta que ese laboratorio cumplía una función mucho más importante que fotografíar novios. Era nada más y nada menos que el lugar donde se revelaban las fotografías de la vida de San Juan, porque de allí salían las notas gráficas que iban a publicarse en el medio más importante de la provincia en esos años: el diario Tribuna.

Sin tantos requisitos ni protocolos, después de las presentaciones ya estaba en el cuarto oscuro recibiendo las primeras clases del arte de la fotografía, con los mejores fotógrafos del periodismo. Al respecto debo agregar que con el tiempo Manolo Jordán fue profesor de Fotografía en el Departamento Ciencias de la Comunicación de la UNSJ.

En ese verano de 1952, el asombro, la curiosidad y el entusiasmo por el aprendizaje, no me dejaban tiempo para detenerme a pensar que estaba ingresando al atrapante, impredecible y fascinante universo del periodismo; a un mundo del que jamás iba a separarme; que empezaba a transitar por la matriz del periodismo: el periodismo escrito, y que también me iniciaba en una especialidad, como cronista gráfico, que con los años me permitió recorrer todas las secciones del diario y de acompañar en todos los sucesos que ahora forman parte del historial provinciano, a los "más notables periodistas de ese tiempo que ha conocido nuestra provincia'', al decir de Emilio Biltes en "La Mística de Tribuna'' (DIARIO DE CUYO 30-04-2000).

La culminación del asombro fue, luego de los años con la fotografía, el acceso a la redacción, a escribir en el diario. Pero esa es otra historia de esta historia que tiene varios comienzos, aún sin un final, de otras tantas historias a la vez.

Diré, para abreviar, que lo apasionante del periodismo es que le brinda a uno el gozo indescriptible, íntimo y público, por haber logrado una nota exclusiva, pero a cambio el periodismo exige... ser exclusivo para él.

Para concluir, diré que la ubicación del laboratorio fotográfico en ese lugar tan precario tenía su explicación: al frente, cruzando calle Mitre estaba en un galpón, al fondo donde actualmente se encuentra una guardería de automóviles, la redacción, dirección, administración, recepción de avisos, talleres, e impresión del diario. Toda una sinfonía de linotipos, máquinas de escribir, tipografías, galeras y la voz del regente apurando a los periodistas a entregar el material, porque "hay cuatro máquinas (linotipos) paradas''. Ese era el concierto que no cesaba, de una música que la tecnología le impuso el silencio... para siempre.