Buscando la consolidación del relato histórico sesgado, se anunció la creación del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano. Será la contracara de la Academia Nacional de Historia fundada por Bartolomé Mitre en el siglo XIX.

De acuerdo al decreto 1880, el nuevo Instituto llevará el nombre de Manuel Dorrego, el gobernador bonaerense fusilado por el general Juan Lavalle con el que la presidenta de la Nación se identificó durante el conflicto por la resolución 125. Entonces Cristina Fernández recordó a aquel gobernador que "ponía precios máximos al pan y a la carne'' al que "los poderes constituidos no querían'', sugiriendo que a ella le tocaba padecer "fusilamientos mediáticos''. En sus considerandos, la norma convoca a la reivindicación de San Martín, Güemes, Artigas, Juan Manuel de Rosas, Felipe Varela, "Chacho'' Peñaloza, Facundo Quiroga, Hipólito Yrigoyen, Juan y Eva Perón y todos aquellos que "defendieron el ideario nacional y popular ante el embate liberal y extranjerizante de quienes han sido sus adversarios, y que, en pro de sus intereses han pretendido oscurecerlos y relegarlos''.

El elegido para presidir el Instituto es el escritor, psiquiatra e historiador, Mario O'Donnell, ex secretario de Cultura durante el menemismo, cercano al kirchnerismo en los últimos años, y duro crítico de Domingo F. Sarmiento. Entre los 33 integrantes del cuerpo "ad honorem'' figuran Jorge Coscia, Felipe Pigna, Hugo Chumbita, y Hernán Brienza. El Ejecutivo revela su voluntad de imponer una forma de hacer historia que responda a una perspectiva acertada. Desconoce así no solamente cómo funciona esta disciplina científica, sino también un principio crucial para una sociedad democrática: la vigencia de una pluralidad de interpretaciones sobre su pasado. El embajador Torcuato Di Tella dijo algo que los flamantes abanderados del revisionismo deberían recordar: "la historia objetiva no la escriben los ganadores o los perdedores, sino los que la estudian''.

En este último tiempo han surgido los revisionistas de mercado, publicando relatos históricos destinados a un público deseoso de consumir chismes y novedades que se presentan como la historia que no nos contaron. Lo que les caracteriza no es precisamente el rigor intelectual, sino el afán propagandístico acompañado de un eficaz marketing para vender libros.