La experiencia del dolor y del sufrimiento, son realidades que acompañan a la humanidad desde siempre. Y junto a ello, la pregunta sobre el sentido se ubica entre los problemas fundamentales de la existencia humana. Lo cierto es que el sufrimiento es una realidad inevitable. Y como absurda paradoja, por experiencia sabemos que, mientras más procuremos evitarlo más nos sumergimos en él. Bien podríamos preguntarnos, ¿qué sentido tiene tratar de evitarlo? Sobre todo, sí ese intento nos trae más angustia y frustración. Tal vez la salida no está en evadirlo sino en tratar de asumirlo. Otra sería la pregunta entonces, ¿cómo convertir el dolor en aprendizaje y oportunidad? Pregunta directamente relacionada con el sentido que damos al dolor en nuestra vida.


BUSCANDO LAS RESPUESTAS

Ante la experiencia del dolor y de la adversidad, surgen las preguntas de siempre: ¿por qué y para qué? La primera es una pregunta acerca de la causa, mientras que el para qué es acerca del propósito o finalidad. Ambas nos dejan en la antesala del sentido del sufrimiento. Bien orientadas pueden ayudarnos a asumir el dolor encontrándole un sentido, o sumar frustraciones y enojo. Efectivamente, cuando la pregunta es ¿por qué a mí?, no es de extrañar que la ira dirija sus dardos hacia Dios. He aquí un punto que quiero dejar en claro. El dolor que conmueve nuestra existencia, no es el látigo de un Dios vengativo. Demasiado cargada está nuestra mochila moral como para agregar tamaña culpa. Dios es Padre. Y un Padre espera, abraza al hijo y lo perdona. De lo contrario, vanas serían las enseñanzas de la parábola del Hijo Pródigo (Lc 15, 11-32).


EL SENTIDO DE LA VIDA

El sentido es meta y camino a la vez, por eso da un norte y propósito a la vida. Interrogarnos sobre el sentido del dolor, requiere habernos planteado antes, sobre el sentido de nuestra vida. Pues, la actitud ante ella, dirá mucho sobre cómo haremos frente al dolor y al sufrimiento. Encontrar el sentido al sufrimiento es darle una finalidad al sufrimiento mismo. Y como inevitable contracara, el sentido que damos al sufrimiento, revelará el sentido qué dimos a la vida misma. 


No debemos olvidar que el sufrimiento es una experiencia individual, un acto personal que cada uno enfrenta a solas consigo mismo. Cada persona da sentido al dolor conforme a su propio proyecto de vida y desde el núcleo más íntimo de sus creencias y valores. Desde allí será capaz de elaborar su propia actitud ante el dolor. Sin un sentido de la vida, el dolor no tendrá sentido. Y se volvería más difícil de soportar. Recordemos que, el sentido que le damos a nuestra existencia es más fuerte que el dolor y las adversidades que se nos presente. 


EL SUFRIMIENTO ATRAVIESA A TODA LA PERSONA

Tenemos cierta tendencia a hablar solamente del dolor físico, como si la persona solo fuera un cuerpo que sufre. Cuando en realidad la persona es una unidad sustancial, completa e inseparable, de dos sustancias incompletas que se completan al unirse, la materia corpórea y el alma espiritual. El centro de comando es ese "yo" personal y todo lo que vive y sufre lo hace desde ese yo, que es corpóreo y espiritual a la vez. Por lo tanto, cuando el dolor golpea a nuestra puerta, lo sufre tanto el cuerpo, como la psiquis y el alma. Junto al sufrimiento físico, hay un sufrimiento psicológico y moral innegables. Con la experiencia personal del sufrimiento, sobre todo ante la enfermedad o ante la cercanía de la muerte, se inicia una instancia de autojuicio moral. En una pirueta increíble hacia el pasado, la conciencia nos lleva hacia lugares donde quedó expuesta nuestra fragilidad moral. Y en algunos de esos lugares, alguien quedó herido por nuestras acciones y omisiones. Alguien que nos espera a la vera del camino. De allí la importancia de la reconciliación y del perdón para sanar por dentro. Desde esta perspectiva, el dolor también se puede asumir como instancia personal, tal vez la última, de autorrealización. 

Por Miryan Andujar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo