La historiadora Camila Perochena se refirió a la cuantía de ex presidentes latinoamericanos, que una vez dejado el cargo han sufrido procesos penales.


Parece que estamos en tiempos en que ética y política son términos contradictorios. Cuando en realidad, ambos deben ir de la mano y complementarse. Los acontecimientos que se están viviendo por estos días, con relación a las causas por presunta corrupción, se vienen replicando desde hace años, y ponen en cuestión ambos términos. Frente a la declinación de la ética, subyace una ciudadanía que está clamando por una clase política que se encamine por la vía de la honestidad, la decencia y la responsabilidad y eficacia, en el manejo de la cosa pública.


JUICIOS POR CORRUPCIÓN

Un estudio muy interesante y revelador de la historiadora Camila Perochena, en el programa televisivo "Odisea Argentina", habla de la cuantía de ex presidentes latinoamericanos, que una vez dejado el cargo han sufrido procesos penales. Según su análisis, esto de los juicios por corrupción empezó con fuerza desde los años de 1980 en adelante. Antes, no era común que ello ocurriera. 


En la década del 80, el 30 por ciento de los presidentes fueron procesados. En la década del 90, ese número ascendió al 54 por ciento y desde el 2000 al presente, se elevó al 57 por ciento.


Puntualizó luego que aproximadamente desde 2016 empezó a hablarse del lawfare, termino sobre todo al que recurrían los presidentes de izquierda, para justificar sus desaciertos. Que serían quienes fueron perseguidos en mayor medida, según la creencia general. Sin embargo, según sus estudios, en los últimos 20 años, 40 de ese 57 por ciento fueron de derecha y el restante 17 por ciento, fueron de izquierda. De aquellos provenientes de la derecha, un 20 por ciento sostuvo que son producto del lowfare. Y en los de izquierda casi la mitad, 9. Es decir que, al contrario de lo que se dice, los que más sostienen ser víctimas del lowfare, son los de derecha. Antes de ello, quienes se consideraban perjudicados sostenían que fueron objeto de "persecución política", con el argumento de que "faltan pruebas consistentes, hay fallas en el debido proceso o se verifica la connivencia de jueces con opositores, o el fogoneo, presunto, de una prensa interesada". 


Es un análisis sorprendente en sus números, lo cual indica que en Latinoamérica la calidad democrática se vio severamente dañada por la catadura ética y moral de sus gobernantes, según revelan esa cantidad más que inquietante de juicios por corrupción.


El informe de la historiadora, no incluyó cuántos de esos terminaron en condena firme. Hubiera sido interesante, para serle fiel al precepto de que nadie puede ser reprobado de culpable, hasta tanto no sea condenado.

Frente a la declinación de la ética, subyace una ciudadanía que clama por una clase política honesta, decente, responsable y eficaz, en el manejo de la cosa pública.


"EL PAN AJENO"

Para terminar con este cuestionamiento al divorcio que existe entre ética y política, reproduzco un cuento del escritor ruso Varlam Tijonovich. El mismo se titula "El pan ajeno" y se refiere al virtuosismo de un hombre que aún, agobiado por un hambre extremo, se abstiene de ir sobre el pan de un compañero. Reproduzco textual.


"Aquel era un pan ajeno, el pan de mi compañero. Este confiaba solo en mí. Al compañero lo pasaron a trabajar al turno de día y el pan se quedó conmigo en un pequeño cofre ruso de madera. Ahora ya no se hacen cofres así, en cambio en los años veinte las muchachas presumían con ellos, con aquellos maletines deportivos, de piel de "cocodrilo" artificial. En el cofre guardaba el pan, una ración de pan. Si sacudía la caja, el pan se removía en el interior. El baulillo se encontraba bajo mi cabeza. No pude dormir mucho. El hombre hambriento duerme mal. Pero yo no dormía justamente porque tenía el pan en mi cabeza, un pan ajeno, el pan de mi compañero".


"Me senté sobre la litera. Tuve la impresión de que todos me miraban, que todos sabían lo que me proponía hacer. Pero el encargado de día se afanaba junto a la ventana poniendo un parche sobre algo. Otro hombre, de cuyo apellido no me acordaba y que trabajaba como yo en el turno de noche, en aquel momento se acostaba en una litera que no era la suya, en el centro del barracón, con los pies dirigidos hacia la cálida estufa de hierro. Aquel calor no llegaba hasta mí. El hombre se acostaba de espaldas, cara arriba. Me acerqué a él, tenía los ojos cerrados. Miré hacia las literas superiores; allí en un rincón del barracón, alguien dormía o permanecía acostado cubierto por un montón de harapos. Me acosté de nuevo en mi lugar con la firme decisión de dormirme".


"Conté hasta mil y me levanté de nuevo. Abrí el baúl y extraje el pan. Era una ración, una barra de trescientos gramos, fría como un pedazo de madera. Me lo acerqué en secreto a la nariz y mi olfato percibió el casi imperceptible olor a pan. Di vuelta a la caja y dejé caer sobre mi palma unas cuantas migas. Lamí la mano con la lengua, y la boca se me llenó al instante de saliva, las migas se fundieron. Dejé de dudar. Pellizqué tres trocitos de pan, pequeños como la uña del meñique, coloqué el pan en el baúl y me acosté. Deshacía y chupaba aquellas migas de pan".


"Y me dormí, orgulloso de no haberle robado el pan a mi compañero".

Por Orlando Navarro
Periodista