En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Si tu hermano peca contra ti, ve y repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a uno o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano. Les aseguro que todo lo que aten en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo. Les aseguro, además que si dos de ustedes se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt. 18,15-20).


"Si tu hermano peca contra ti": así comienza el evangelio de este domingo. El "contra ti", que aparece en algunos manuscritos se extrae de Lc 17,4, donde Jesús pide perdonar sin condiciones las ofensas sufridas. El objeto de la corrección fraterna no es la ofensa personal padecida, sino el pecado en cuanto que quita vida a quien lo hace. A quien me ofende le debo mi perdón. La corrección debe ser realizada sin odio, espíritu de crítica, venganza o rencor. Antes bien, amando al hermano como a mí mismo, lo corrijo para no cometer un pecado de omisión (cf. Lev 19,17). El hermano pecador es como un miembro de nuestro cuerpo que está enfermo: corremos el peligro de perderlo. Sentimos el dolor y buscamos curarlo porque es parte de nosotros mismos. El primer paso será la corrección en privado, por respeto hacia él mismo antes que a mí. El objetivo de la corrección fraterna no es condenar sino ganar al hermano. Con frecuencia, alejados del espíritu evangélico y creyéndonos superiores a los demás, pareciera que el objetivo principal que perseguimos no es incluir sino excluir, extender el dedo índice para acusar en vez de abrir los brazos para excusar y transmitir la ternura que vuelve suave la vida. Lo decía el apóstol Santiago: "Hermanos míos, si uno de ustedes se desvía de la verdad y otro lo hace volver, sepan que el que hace volver a un pecador de su mal camino, se salvará de la muerte y obtendrá el perdón de todos sus pecados" (St 5,19-20). Donde no podemos lograr la reconciliación solos, deberemos buscar dos o más testigos. No se trata de un proceso judicial sino de un camino que exige arte para recuperar al hermano. Y si esto no basta, se necesitará de la comunidad que no está llamada a ser un tribunal sino una casa con la luz encendida y la puerta siempre abierta. Más aún, si todos estos pasos precedentes no alcanzan, se lo considerará pagano o publicano. Esto no significa excluirlo: a los enemigos se los ama, y es posible recuperarlos sólo con más amor, haciéndoles sentir un mayor cuidado de parte de sus hermanos.


Con frecuencia hay quienes dicen: "No puedo perdonar". Las heridas son demasiado profundas. Entonces, ¿cómo perdonar de verdad? Ante todo, es importante admitir el dolor y la rabia por la herida, sin tratar de suprimirlos. Pero no podemos quedarnos atascados ahí. Si lo hacemos, damos más poder aún a quien nos hirió. El perdón es un acto de liberación. Tantas veces comprobamos que algunas personas no se curan porque no pueden perdonar. Siguen atadas a las personas que las han ofendido. Permiten que sean éstas quienes determinen sus estados de ánimo. Perdonar significa deshacerse de la herida. Evagrio Póntico (+399), el escritor más importante del monacato primitivo trata el perdón en relación con la oración y cita el dicho de Jesús en el Sermón de la Montaña: "Deja tu ofrenda del altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano (Mt 5,34), es lo que nos aconseja nuestro Señor, y al volver orarás entonces sin perturbación; pues el resentimiento ciega el espíritu del que reza y oscurece sus oraciones". Evagrio ve también el beneficio que obtiene quien perdona. Los que acumulan en su interior tristeza y resentimiento y sin embargo se imaginan que oran, se parecen a aquellos que consiguen agua y la echan en un recipiente agujereado. Quien no perdona, no puede tener una verdadera experiencia espiritual de Dios, pues entre su espíritu y Dios se interpondrá continuamente la ofensa y eclipsará la mirada que él dirige a Dios. Perdonar es la mejor venganza. Si queremos ser felices un segundo, hay que odiar, pero si queremos vivir la felicidad como un estado de vida, hay que perdonar. Recordemos que quien nos ama sabe corregirnos sin herirnos, porque busca "ganarnos", no condenarnos.

Por el Pbro. Dr. José Manuel Fernández