Sede de las Naciones Unidas en Nueva York.


En septiembre de 1945, finalizaba la Segunda Guerra Mundial. La más sangrienta de la historia universal (más de 60 millones de muertos entre militares y civiles). Las secuelas fueron igual de nefastas: hambre, enfermedades, movimientos migratorios y devastación casi total de Europa. En ese contexto surgió la Organización de las Naciones Unidas (1945). La ONU reconocía loables fines: mantener la paz, fomentar relaciones de amistad entre las naciones, promover el progreso social y la defensa de los derechos humanos. Luego de 75 años de existencia, con aciertos y fracasos, la Organización pareciera haber cumplido su ciclo. La ausencia de su liderazgo mundial es notoria. Tal vez sea hora de pensar en dar un paso más. 


Algunos hablan de la necesidad de una autoridad política mundial. Aquello que ya en 1967 planteaba Pablo VI: ¿Quién no ve la necesidad de llegar así progresivamente a una autoridad mundial que pueda actuar eficazmente en el terreno jurídico y en el de la política? (Populorum progressio, 78). Con mucha fuerza, Francisco toma el tema y lo instala en la agenda internacional: "... para gobernar la economía mundial, para sanear las economías afectadas por la crisis, para prevenir su empeoramiento y mayores desequilibrios consiguientes, para lograr un oportuno desarme integral, la seguridad alimenticia y la paz, para garantizar la salvaguardia del ambiente y regular los flujos migratorios, urge la presencia de una verdadera Autoridad política mundial". (Laudato Si, 17)


Cómo se podrá advertir falta aquí la crisis global desatada por el Covid-19. Claro que en 2015 cuando el Papa escribe la Carta, nada hacía predecir semejante catástrofe. Justamente será esta Pandemia la que confirme la falta de coordinación y liderazgo de la ONU, reconocida por su Secretario General (https://www.bbc .com/mundo/noticias-internacional-52509664). 


Cabe aquí una pregunta: ¿este llamado al globalismo supone la abolición de los estados nacionales? Definitivamente, no. Francisco habla de un nuevo orden mundial responsable del bien común universal, apoyado en la responsabilidad de los estados (Discurso a los participantes en la Plenaria de la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales, 2019) 


Este nuevo orden global tal vez pueda alcanzar la coordinación y liderazgo mundial que los tiempos requieren, traducido en: 1- mayor valencia jurídica de sus resoluciones; 2- fortalecimiento de la conciencia de interdependencia entre los pueblos. Convengamos que hasta ahora las sociedades han mostrado una marcada incapacidad para abordar problemáticas globales. Según Luhmann, las causas habría que buscarlas en el operar autónomo de los sistemas y la incomunicabilidad en la toma de decisiones ("Sociología del riesgo" ed. Triana, Universidad Iberoamericana, México 1998); 3- y un nuevo paradigma ético que oriente sus intervenciones: la ética de la responsabilidad entre las naciones. En sociedades globales donde también el riesgo es global, no alcanzan los postulados de una ética del aquí y del ahora. Se requiere una ética que mire al futuro, cuyo imperativo moral sea: preservar la "Casa común" y la calidad de vida de las generaciones futuras. Vanos serían los propósitos de este nuevo orden, si no estuvieran fundados en la ética del cuidado y de la precaución.

Por Miryan Andújar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo