"Dios ha muerto". Fue la frase que acuñó el filósofo alemán Friedrich Nietzsche (1844-1900). Una interpretación literal de la metáfora concluiría, erróneamente, que Dios existió en algún tiempo y luego murió. Pero no es así. Todos sabemos que la metáfora es un recurso literario utilizado para identificar semejanzas entre dos términos. No podemos pedirle otra cosa. Además, estrictamente hablando, Dios no puede morir. Porque la esencia de Dios supone necesariamente el atributo de la Eternidad (duración sin principio ni fin) Si tuviese origen y final sería una creatura más. En realidad, Nietzsche hacía referencia al creciente ateísmo del siglo XVIII. Ese es el sentido de su metáfora.


El ateísmo, ¿doctrina o actitud?

Aclaremos un punto básico. El ateísmo es una actitud de rechazo no una doctrina. Si por doctrina entendemos la enseñanza de un sistema de creencias o ideas, ¿cómo enseñaríamos el no ser? La afirmación de que Dios no existe, invierte la carga de la prueba de su existencia. Es el creyente quien tiene que demostrar la existencia de Dios. 


En realidad, el ateísmo es una actitud de rechazo. El objeto de ese rechazo es la creencia en la existencia de Dios. El ateo no rechaza a Dios, rechaza la idea de un Dios. Somos los creyentes los que a veces rechazamos a Dios con nuestros actos. Es lo que llamamos "antitestimonio". La incoherencia entre la fe que proclamamos y nuestra vida personal, suele ser el obstáculo principal de la evangelización. Tal vez por eso nuestra fe no encienda la fe de otros. Quizás pusimos el candil debajo de la mesa y no pudimos iluminar el camino de búsqueda de aquél. Porque el ateo también está en búsqueda, por lo pronto, de la verdad, del bien, de la belleza, de la verdadera felicidad. Más allá de nuestras creencias o a falta de ellas, siempre seremos peregrinos que se interrogan. 


Estas cosas las aprendí de la vida, no de los libros. Alguna vez me confesaba militante atea. Con los años entendí la inconsistencia de ese concepto. ¿Cómo militar aquello que no existe? Pero sí, fui atea y no reniego de ello. Bien dice el Soneto de Francisco Luis Bernárdez (1900-1978): "después de todo he comprendido/ que lo que el árbol tiene de florido/ Vive de lo que tiene sepultado". Efectivamente, se valora más el oasis cuando uno viene del desierto. Y eso es y fue el encuentro con Dios en mi vida, un oasis. 


La fe como encuentro

Cuando hablo de "encuentro" me refiero a la acción de coincidir en un punto con otro. La conciencia de la propia fragilidad, la aspiración de infinito que nada colma, esa apertura insaciable a la verdad y al bien, nos llevan a Dios. Es cierto que la creación atestigua la presencia y acción de Dios, pero el punto de encuentro más radical está dentro del alma humana. Cuando la persona reconoce "la semilla de eternidad que lleva en sí (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes; 18, I) Es el momento en que despojados de toda soberbia podemos decir junto a San Agustín: "¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé!" (Confesiones X, 27, 38).


Sin ese encuentro con Dios, los grandes interrogantes que develan al hombre desde siempre, sobre su origen y destino quedarían sin respuestas. El premio Nobel de biología Jacques Monod (1965) describió con crudeza el vacío de las sin respuestas. Decía el prestigioso biólogo: "Es superfluo buscar un sentido objetivo de la existencia. Sencillamente, no existe. El hombre es el producto de la más ciega y absoluta casualidad que se puede imaginar. Los dioses han muerto y el hombre se encuentra solo en el mundo. No es más que lo que él mismo haga de si" (cfr. Monod, Jacques "El azar y la necesidad". Ensayo sobre la filosofía natural de la biología moderna, Planeta-Agostini, Barcelona 1993). Este pensamiento que abreva en la filosofía de Demócrito, nos deja en el umbral de la desesperanza. Sin Dios, la existencia humana no tendría sentido. Tomás Garbizu lo expresa en una hermosa canción: "Muchos dicen: ¡No hay Dios! / No hay Dios! / Más sin Dios no hay hombre! / No hay hombre!".

Por Miryan Andújar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo